11.20.2010

La lechera tropezó. ¿Y qué?


Escuché en una conferencia acerca del optimismo, que la actitud ante la vida de un sujeto, se manifiesta cuando sube una escalera.  Hay gente que se la "come" de a trancos y otros que la suben peldaño a peldaño.
Y hago extensible este ejemplo a quien camina por la calle.
¿Han estado en la Plaza San Martín, o en la peatonal 9 de Julio?  Deténganse un minuto, siéntensen y vean.

Los jóvenes tienen un modo particular de caminar.  Usan pasos mas libres, sortean obstáculos, sus pies se juntan y se separan.  ¿Vieron como mueven sus pies cuando hablan? ¿Vieron esa alegría ante la vida?
En cambio los mayores caminan “cautos”.  Mirando los pocos metros que hay delante de ellos, esquivando posos y charcos.  Dejando pasar delante de ellos las mujeres que llevan las compras.  Miran su reloj impacientes, pero con tristeza.
En cambio, los niños son fascinantes, caminan viendo el cielo, los árboles, los carteles de colores, las personas mayores.  Todo es nuevo, todo es bello para ver.
¿Es una actitud ante la vida o no?
Pero hay algo que más me llamó la atención: Es a dónde mira la gente cuando camina.

La metáfora es sencilla, el cuerpo habla de lo que la gente piensa y siente.  Si caminas mirándote los pies, estás ensimismado en ti.  Pensando talvez en los problemas económicos o amorosos.  Llevándote con cautela o con apuro.  No disfrutas la caminata, haces siempre el mismo camino, y si haces los mismo, siempre veras lo mismo.  Las mismas calles, letreros y plazas.
Muchos, la mayoría, caminan de este modo.
Otros en cambio miran el horizonte.  Son personas mas libres, orgullosos de sí.  Que confían en el amor, la amistad y el destino.  Caminan erguidos, porque llevan poco peso en sus hombros, o sencillamente, porque no les importa.
Pero hay otros, los pocos, que caminan mirando el cielo.  A veces escuchan música, otras tararean algunas canciones, y no falta el que las inventa.  Frenan en cada vidriera, no importa que sea de zapatos o una ferretería.  Todo le sorprende.  Caminan por las noches mirando los carteles o las estrellas.  Pregúntate, ocasional lector, ¿Hace cuanto que no has visto la luna? ¿Sabes si quiera en que fase está?

Me enseñaron de chico, que la lechera bajaba todos los días al pueblo, llevando su cuenco de leche sobre su cabeza.  Bajaba y subía todos los días, distrayéndose en el camino, ¡Dios sepa con qué! (o como decía mi padre, “papando moscas”).  Y un día, por culpa de su distracción, tropieza, el cuenco se cae, y la leche queda derramada entre un montó de añicos.
Una mujer que veía la situación, sentencia el cuento con la metáfora obligatoria: “Eso le pasa por distraída”.
¿Qué me enseñaron? Pues… a tener miedo.  Miedo a equivocarme, a perder lo que conseguí,…el fruto de mi trabajo.  A esforzarme a no equivocarme, por miedo.  Y el modo de no equivocarme es hacer siempre el mismo camino, de modo que lo conozca de memoria, hasta que cada pie pise la misma huella que dejó los días anteriores.

Pero nadie nos dijo que estaba viendo la lechera.

Admiro a la gente que ve la luna.  Que son los primeros en ver un arco iris.  Que por las noches buscan el Cinturón de Orión.  Ellos ven algo más bello e importante.  Caminan por la vida felices, llenos de fe.
En serio, vean sus rostros, ¡caminan felices!
A ellos no les importa cuantas veces derramen la leche.  No es tan grave.  Ya les ha pasado muchas veces.  Ante los añicos se ríen mascullando entre dientes “Que boludo que soy”.
Y siguen... Bajan todos los días al pueblo para tener una excusa para disfrutar el camino.

No te mires más los pies.  Levanta la cabeza un poco cada vez que camines.  Y descubrirás que las estrellas también brillan de día.

Todo lo que hacemos en la vida es una excusa para disfrutarla.  Recuérdalo.

J.-

9.22.2010

Matrioska


Los Gnósticos, creían en una cosmogonía muy particular.  Si bien en un principio puede parecerse bastante a la cristiana, los personajes bíblicos cobran roles contradictorios y hasta heréticos.  De esta religión me gustaría destacar la concepción que tienen de la construcción de la persona (cuerpo y alma) por ser muy descriptiva y alineada a la psicología moderna (la psiquis, según Freud, esta construida por la interconexión de tres identidades: el conciente, el subconsciente y el inconciente).

Tres identidades en tres planos distintos.

Para la Gnosis, el YO individual, está construido por tres diferentes tipos de “personas”.  Cada una de ellas, viven en distintos planos “dimensionales” y cada una de ellas pretende distintas cosas del “mundo” en el que le toca vivir.
Estas tres “personas”, están ancladas en un mismo punto espacial, como si se tratara de una muñeca rusa que vive una dentro de la otra.

La persona Física: Este es el cuerpo que vemos, el que usamos para vivir, comer, caminar, abrazar y hacer el amor.  Este cuerpo está sujeto al tiempo, y le es absolutamente necesario para moverse.  Como vive en un plano físico, sus necesidades también lo son:  esta persona, necesita el contacto, le gustan los abrazos y los besos, las tardes de sol, el olor al pasto recién cortado, la caricia del viento, los colores del arco iris, el frío de la lluvia, el canto de los pájaros y los asados en las noches de verano.
Para muchos, ésta es la única persona importante, la que puede verse y tocarse.
La persona física, no solo tiene placeres, también tiene miedos que le son propios de este plano: miedo al dolor físico, a la sangre, miedo a la vejez y a la soledad.

La persona Psíquica: Esta persona es un compendio de razonamientos, principios morales, gustos personales y recuerdos.  Existe dentro de la persona Física, de un modo inmaterial.  Es difícil explicarlo porque no tiene forma, imaginemos que la persona física en realidad la conforma la epidermis del cuerpo, entonces, la persona psíquica sería el cerebro.
Esta persona busca distintos placeres que la anterior, y tiene otros objetivos.
Le atrae el conocimiento, el arte, la música, y los goces intelectuales.  También la gustan los desafíos, lo juegos y en especial la amistad.
Sus miedos le corresponden por oposición a sus propios placeres: le tiene miedo a la ignorancia, a la indiferencia, a la insensibilidad el alma, al olvido y en especial a la muerte.

La Persona Espiritual: Es la última en orden, y la más importante.  Es la que está en el centro de todas y a la vez las engloba.  Su lugar se define claramente en el pecho, en el centro del cuerpo.
Para los Gnósticos, la estructura celestial (el Dios Supremo) era una jerarquía más o menos confusa (más bien metafórica) que contenía todas las cualidades celestes.  Entre ellas se destaca la Sabiduría (la palabra Gnosis quiere decir “conocimiento”).
Según esta creencia, la Persona Espiritual, es una chispa de la luz universal, que contiene las mismas características.  Es el eslabón que nos conecta con dios.
Es la mas difícil de percibir, ya que no existe físicamente, pero a veces se manifiesta a través de los pensamientos.  Sin embargo, podemos conjeturar su función e importancia.
Es una especie de campo magnético, similar al de los imanes.  La energía fluye de la cabeza al pecho, se abre en los pies, recorre por fuera el cuerpo, para entrar nuevamente por la coronilla.  Es grande o pequeña de acuerdo al estado energético de la persona.  Y en la mayoría de los casos es color ámbar.
Esta chispa divina está presente en todas las especies vivas, animales y plantas.  También en las rocas y las montañas.  El planeta, como orbe, tiene este mismo campo energético.
Su importancia yace en que es capaz de intercambiar energía con otras campos espirituales (sean personas o animales), tanto positiva como negativa.  Su función es clara: gracias a esta chispa tenemos la capacidad de amar y ser felices.
Pero la Persona Espiritual es inquieta y curiosa, le gusta el cambio.  Sufre y ama como niño.  Se aburre y corre, sin sentido aparente.  Siempre buscando nuevas experiencias.
La meditación (y especialmente el Yoga) nos permite conectarnos con esta parte de nuestro yo, entenderlo, serenarlo y escucharlo.
Dios nos habla a través de esta “conexión”.  Nos dice que hacer para ser felices.

Un ejemplo.  Imaginemos que vemos una nube en el cielo, en realidad la nube es vista por la Persona Física.  Esta imagen llega a la Persona Psíquica, que viendo su forma y su color, claramente la identifica como un conejo.  Comienza a buscar dentro de sus memoria, y recuerda un conejo blanco que le mostraba el camino a Alicia en el País de las Maravillas.  La Persona Espiritual estuvo presente durante todo este proceso, dejó pasar las formas, los colores y la memoria, y justo en el momento en que la mente se topó con la palabra “seguir”, produjo un sentimiento de paz y serenidad.  Así se manifiesta Dios.
Tomemos otro ejemplo más claro aún, es el caso de los sueños.
Cuando dormimos, la Persona Física esta anulada casi por completo.  La creación de mundos e imágenes está a cargo de la Persona Psíquica, mezclando imágenes y recuerdos de modo surrealista.  Recorremos ese mundo libre, como un actor que se sorprende en cada escena, y de repente, cuando nos enfrentamos a una situación o recordamos a alguien, la Persona Espiritual (que nunca duerme) brinda una sensación de paz, armonía, dolor o miedo.  Y con esa sensación nos despertamos.

¿Cómo conectarnos con la Persona Espiritual?  Usando las otras dos personas.  Tomando como herramienta la Persona Física, sometiéndola a experiencias nuevas, viajando, conociendo, bailando, abrazando, besando, y todas las cosas que podamos hacer con nuestro cuerpo, nuestros ojos, oídos y manos.  Pero siempre, con la Persona Psíquica alerta, preguntándonos todo el tiempo si lo que estamos haciendo nos agrada y nos hace felices.
A esto se llama “vivir concientemente”.

J.-

9.14.2010

Como Hansel y Gretel


Entrando al tercio de siglo, comienzo a creer que hay un camino para cada uno de nosotros.  Un camino donde nos desarrollaremos plenamente.  Es un camino individual, pero no solitario.   Lleno de casualidades, vivencias, aprendizajes y sorpresas.  Comienzo a ver cómo funciona.

Hace meses estaba en un ciclo sin cambios, luchando contra los mismos miedos.  Propios y ajenos.  No estaba siendo yo, no era quien yo me gustaba.  No me amaba y era incapaz de amar a los demás.   No pintaba, no escribía, no sentía.  Escuché una voz que me dijo “basta”.  Traté de defender mi postura racional, mi ciclo en el que me sentía cómodo, pero las señales me demostraron que estaba equivocado.  Una señal, dos señales, tres...  Los que prestan atención a estos avisos, le llaman “eco”, yo prefiero llamarles rimas del destino.

Ver estos mensajes, me llevo a escuchar más mi voz interior.  A tener Fe, más que en mí, en el espíritu del Universo.  Hay algo que tengo que hacer para el Todo, y ese es mi propio regalo.

La voz detrás del espejo me dijo, “Haz lo que siempre has querido hacer.  Yo te voy a ayudar.  No tengas miedo”.  Así lo hice, me ayudó, me guió, me dio muchos amigos y experiencias.  Me enseñó otras culturas y otras creencias.

“Cuando el alumno esté listo, el maestro aparece” dijo por boca de otros.  Yo no estaba listo, aún no lo estoy.  Pero para que me diera cuenta, puso su guía en mi sendero amarillo.  El Maestro me ayudó a entender muchas cosas.  Gracias a él, perdí el miedo a este nuevo camino, que me doy cuenta, siempre se transita solo.

Dijo una vez: “Ríete hasta que te duela la panza, ama hasta que el corazón te reviente el pecho… sufre hasta que duela, sufre hasta que tus lagrimas se conviertan en sangre.  Y así sabrás que estás vivo”.

Cada vez que me pregunto si estoy en el camino correcto, aparece una señal o un indicio, fruto del azar o la providencia, que me dice que me quede tranquilo.  Como migas de pan, sigo las señales sin saber a dónde llevan.  Cada vez me alejo mas de los caminos que transitaba, y eso me da un poco de nostalgia.   No se hacia donde me dirijo, y eso me da un poco de miedo.

No soy quien antes era, ya no puedo curar mis heridas con los mismos ungüentos.  Las cosas que me gustaban, con suerte hoy solo me agradan.  Quien suscribe, cree haber muerto hace tiempo.  El día que cometió su mayor inequidad.

Aún no soy quien pretendo ser.  Aun no estoy listo y no sé cuando lo estaré.  Tampoco sé que tengo que aprender, ni para que lo hago.  Esta persona, mi yo futuro, aún no nació.

Te preguntarás, ocasional lector ¿Quien, desde la inexistencia, escribe estas líneas?...  Me gustaría saberlo.  Quizás sea la mano de Dios o solamente la triste esperanza de vivir.

J.-

8.19.2010

El laberinto


Asterión el Minotauro, era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. (…) Fue encerrado en un laberinto diseñado por el artífice Dédalo, hecho expresamente para retenerlo, ubicado probablemente en la ciudad de Cnosos en la isla de Creta. Por muchos años, hombres y mujeres eran llevados al laberinto como sacrificio para ser el alimento de la bestia hasta que la vida de ésta terminó en manos del héroe Teseo (Wikipedia).

Estoy en el laberinto desde el día que nací.  No estoy solo, muchos están conmigo.  No sabemos quien lo creó, no sabemos ni si quiera porqué estamos en él.  Según algunos, hay un ser superior creador del laberinto, que nos mira con cierta curiosidad desde el cielo, viendo que camino tomamos para salir de él.  Según otros, en estas vastas paredes ya hay un camino para cada uno de nosotros, un camino preescrito talvez por el mismo creador del laberinto.
Como he dicho nací aquí, y como toda persona, nací de una mujer.  Mi madre me tuvo en un rincón que las frías paredes formaban como un reparo o una especie de habitación.  No hay techo, ningún laberinto lo tiene. Paredes altas, tan altas que es imposible treparse ni espiar detrás de ellas.  Muros de un gris plomo, que pensábamos antes eran de cemento, pero por más que lo intentamos, nunca pudimos romperlas.  Son el material mas duro del universo.  Nunca sabremos lo que pasa detrás de aquellas paredes.
Aprendí que cada pared es una elección que tomar, derecha o izquierda, cada elección es importante.  Cada elección formaba mi camino.

De día el sol en su cenit, alumbra cada rincón.  Todas las paredes se tiñen del mismo color, la misma intensidad de luz y de sombra.  Ese es un momento mágico, no dura más de un segundo: la pared que estaba iluminada segundos antes se apagaba, y la que estaba en sobras comenzaba a iluminarse.  Solo dura un segundo.  Después de aquel momento todo cambia, nos desconcierta, no sabemos que pared es la derecha o la izquierda.  Yo, al igual que muchos, nos perdíamos por culpa de aquel caprichoso juego de sombras.  Cuesta volver a encontrar el camino.
Con el tiempo deje de asustarme de esta confusión, aprendí a relajarme, dejar que pase el momento para después volver a caminar lentamente.

Crecí en este laberinto, e hice muchos amigos.  Amigos del “barrio” llamémosle.  Si bien no había casas, casi todos nos manteníamos siempre cerca del lugar donde habíamos nacido.  Mis padres, mis abuelos, los abuelos de mis tatarabuelos, todos.  Pasado algunos años, de a poco, comencé a irme un poco mas lejos, alejarme de las paredes que conocía y buscar otros caminos.  Me crucé con mucha gente, algunos que venían y otros que iban.  Todos fueron muy sociales.  Alguno me contaba como estaba el camino de vuelta, otros me decían que habían visto una vez paredes de colores, otros me decían que habían visto pisos de oro.  Pero nunca vi aquellas cosas, siempre las mismas paredes grises y frías al tacto y el camino que piso con mis pies descalzos.
Siempre nos movíamos en grupos y todo grupo tiene un líder.  Vi procesiones muy numerosas, miles de personas que seguían como hipnotizadas a un hombre que gritaba “síganme, yo se donde esta la salida”.  Y las vi muchas veces, siempre en un sentido o en el otro.  Distintas personas, distintos lideres y siempre el mismo grito…

Las mismas paredes, el mismo suelo, la misma procesión, el mismo desconcierto.  Lo único que cambiaba era la gente, y los compañeros.
En este laberinto muchas veces nos sentimos solos.  No sabemos quien lo creó, no sabemos para que estamos, ni si quiera sabemos si tiene salida.
Y esta soledad solo la podemos apañar en compañía.  Alguien que comparta nuestro mismo desconcierto.  Gente que va por el mismo camino, que tienen modos similares de moverse.  Gente con la que uno se plantea que camino seguir, y muchas veces lo siguen juntos.

Pero hay un miedo mayor dentro de este laberinto, y es el Minotauro.
Sabemos que está allí, pero no lo vemos.  Cada persona que lo encuentra desaparece y ya nunca volvemos a verla.  No sabemos que pasa con sus presas.  Algunos dicen que se las come, otros que la juzga y les da un premio o un castigo, de acuerdo a su “comportamiento” dentro del laberinto.
Hemos oído hablar mucho de él.  Pero en realidad no sabemos nada.  No sabemos que es, ni si quiera lo hemos visto.  Lo cual hace que le tengamos más temor.
Algunos le tienen tanto miedo que se apuran por escaparle.  Buscan rápidamente una salida antes que el Minotauro los agarre y desaparezcan para siempre.
Otros creen que son Teseo, aquél elegido que podrá darle muerte al Minotauro y salvarse de su destino.  No puedo culparlos, ¿a quien no le gustaría ser Teseo?

He aprendido las cosas del modo más duro y de ese modo lo voy a decir.
En este laberinto no hay salida, como tampoco hay entrada.  El único destino que tenemos es ser atrapado por el Minotauro algún día de nuestras vidas.
Nunca sabremos quien creó este laberinto, ni tampoco porqué estamos en él.  Camino todos los días estas grises paredes, con las esperanza de encontrar la respuesta mientras más me adentro en el laberinto.
Ninguno de nosotros es Teseo, ninguno va a poder sortear su fatídico destino.

Pero estoy feliz.
He aprendido a moverme más naturalmente.  Ya no sigo las procesiones que cada vez son más numerosas.  He aprendido a hacer compañeros, y a separarme de ellos, cuando me di cuenta que mi camino era otro.  Y ha decir verdad, después de tantos años, le tengo un poco menos de miedo al Minotauro.

Lo que encontré no muchos lo han visto.  Algunos me creen loco.  Buscando en las paredes, en cada baldosa del suelo, en la estrellas de la noche, por casualidad lo encontré: era el Cordel de Ariadna.  El mismo que utilizó Teseo para salir del laberinto.
Pensé que iba a ser un cordel rojo, así lo había visto en un cuento.  Pero en realidad no es un cordel, ni si quiera es un cosa.  No está escrita en las paredes, ni si quiera es un dibujo en el suelo.  Es… digamos… un sentimiento.  El Cordel se siente con el espíritu, si prestamos atención sabemos que camino tenemos que elegir.
Puede ser una mueca en la pared, la forma particular de una nube, una mota de polvo, una estrella fugaz que cruzó el horizonte.  O simplemente puede ser una palabra.

El Cordel de Ariadna no nos garantiza la salida del laberinto (no se pueden romper las reglas).  El Cordel solo nos muestra un camino mejor, en el que nos vamos a sentir cómodos, con muchos amigos que compartirán nuestros días y nuestros años.  Esa es la verdadera razón por la que estamos en el laberinto.

Si has encontrado el Cordel, síguelo.

Ahora que releo esta hoja, me doy cuenta que Dédalo, el Minotauro, Teseo y Ariadna, son en realidad la misma persona, son en realidad el laberinto.

8.07.2010

El Gran "¿Porqué?"


Un viejo sabio me dijo, cuando se pasa los 30 empieza una vida espiritual, una búsqueda silenciosa y cotidiana hacia la “eterna pregunta”. ¿Quieres comenzar?  Reflexiona un poco sobre esto: “Lo único que le da sentido a la vida, es la muerte”.

Un día, que pudo ser cualquiera, se juntaron el Fuego, el Aire y el Agua.  Ellos no lo sabían pero aquella noche se acercaron un poco más a la respuesta del Gran “¿Porqué?”.  Y llegaron a una serie de conclusiones, que afinarían un poco más la brújula de sus vidas.


¿Qué son los sueños?

A veces nos preguntamos de qué están hechos los sueños, y del modo más infantil deducimos que para fabricar un “sueño” necesitamos una serie de elementos indispensables. Al igual que una torta necesita harina y huevos, para hacer un “sueño” es fundamental tener “experiencias”, ya que al dormir la memoria a corto plazo (la que registra los hechos del día) se convierte en recuerdos más o menos constantes (llamada memoria a largo plazo).  Mientras este proceso ocurre, intervienen una serie de elementos que le otorgan una narrativa peculiar.  Además, nuestros deseos y nuestros miedos más inconscientes, comienzan a darle sabor y color a nuestro sueño.   Así logramos tener un sueño perfecto.
Creemos que los sueños son el reflejo de nuestra alma, pero pensar que solo tenemos un alma es sencillo.  Suponer que al igual que el coloso de Rodas, mantenemos un pie en cada mundo, es igual de ingenuo.
Nuestro sueño no es en realidad el espejo en que se refleja nuestra alma, sino más bien son dos almas muy distintas.
La primer diferencia entre estos dos mundos, entre el mundo real y el mundo onírico, es que el tiempo como lo percibimos desaparece.  Así como en el mundo real el presente no existe y todo lo sucedido es pasado (hasta la mínima fracción de tiempo, se convierte en pasado al ser medida), en los sueños sucede todo lo contrario: todos los recuerdos, los del último día y los de nuestra más remota niñez, se fusionan para hacer un único presente.
Otra diferencia es que las reglas que gobiernan cada mundo son muy distintas.  Mientras que en este, la Ley de Gravedad sigue dando sentido a juegos como el balero; cuando sueñas, puedes volar por los aires, conocer cientos de lugares sin cansarte, seducir a las mujeres más bellas que nunca conozcas.
La pregunta, mi querido Freud, no es “¿porqué soñamos?”, sino “¿Qué somos cuando soñamos?”.  Somos una misma persona dividida en dos.  Uno que vive de día en el mundo real, rodeado por hombres, respirando el aire y tocando la tierra.  Y uno que vive de noche en el mundo de los sueños, sin reglas, solo y curioso.
El primero se ocupa de conocer el mundo, de hablar con la gente, comer donas por la mañana, de llenar esa enorme olla con cientos de recuerdos cotidianos.
Y el otro ser, el más tímido, toma esos recuerdos y como si fueran ladrillos construye un mundo propio, paralelo al nuestro, con hombres, edificios y donas, pero mucho mejor, porque él es el Dios de su mundo.
Somos dos almas que viven por turnos.
Cuando el alma diurna se duerme, el alma nocturna cobra vida y crece, y juega, y vive, porque sabe que sólo tiene un par de horas para jugar.  Para ser feliz.
Pero esta alma, aunque tímida e infantil, nunca duerme.
Durante el día se oculta detrás del hombre, mira y observa el mundo desde la protección que le da la razón.  Habla muy pocas veces, susurrándonos desde el fondo y por lo bajo lo lindo que es jugar y lo fácil que es ser feliz.
Miremos al espejo y allí está…
Somos un alma al servicio de la otra, la verdadera, la que es Dios.


¿Qué es la muerte?

La muerte es lo único que le da sentido a la vida, dijo aquel sabio.  Vivimos para tener “experiencias” y poder construir nuestro sueño eterno.
El cielo no es como lo pintan, no es un oasis celestial con setenta y dos vírgenes de ojos rasgados, mucho menos tiene un portón de oro en el que un tribunal celestial juzgará tu vida.
En realidad, hay un cielo para cada uno de nosotros, un cielo que tiene solo las cosas que nosotros queremos y las cosas que quisimos y no tuvimos.  Y ese cielo tiene a todas las personas que amamos, clones de personas que están en sus propios cielos.  Especie de dobles perfectos y eternos en el momento más bello de sus vidas, tal como los recordamos.  Y es tan bueno esto de los dobles, que no es necesario que estén muertos.  También en el Cielo, hay dobles de personas vivas.
El cielo es como estar soñando con algo lindo, y tendrá todo lo que deseas.  Del mismo modo que el sueño nocturno, refleja las vivencias del día; el sueño eterno, revive los recuerdos de la vida.
Mi cielo tendrá universidades de mármol donde Aristóteles compartirá clases con Nietzsche.  Donde tomaré clases de “esfumado” con Leonardo Da Vinci.  Habrá cientos de jardines con todas las flores del mundo, donde reposaran hermosas parejas haciendo el amor todos los días.  Donde todas las noches una comparsa de malabaristas harán un carnaval en la avenida principal.  Allí bailarán Marilyn Monroe y Jane Fonda, la música de John Lennon.  Donde Shakespeare comprará los libros de Borges, y Borges pintará los cuadros de Dalí.  Allí también estará la mujer que amo, esperándome todas las noches en nuestra casa, vestida de blanco, hamacándose en el hall de entrada, con una gran sonrisa y una jarra de limonada fresca.


¿Existe el infierno?

Por supuesto.  Como existen los sueños lindos, también existen los sueños feos.  Los ladrillos que construyen las pesadillas son los mismos que construyen el infierno.  El dolor, la angustia, los miedos y especialmente la culpa.


Entonces… ¿Para qué estamos en este mundo?

Vivimos, existimos solamente para sentir.  Para juntar todos los recuerdos y vivencias con que construimos nuestro cielo.  Aquel mundo, el que he mal llamado “onírico”, necesita también de este, el que llamamos “real”.  La mayor ventaja que tengo cuando estoy despierto, es mi propio cuerpo.  Con él puedo viajar, sentir, bailar, reír, nadar, correr, tomar el sol de la tarde, emborracharme, besar y hacer el amor.  Este cuerpo me llena de sensaciones todo el tiempo, y con mi vida, construyo mi cielo.
Pero la mayor de las obligaciones que tenemos con la vida, es ser felices.  Estamos rodeados de muchos problemas, de muchos miedos que ni siquiera son nuestros.   Tenemos miedo a la devaluación, al cambio climático mundial, a la falta de trabajo, a la enfermedad, a la vejez y en mayor medida le tenemos un miedo horrendo a la muerte.
Recordemos que solo estamos vivos para morirnos un día.  No hay nada que podamos hacer para evitarlo.  Todos nos vamos a morir.
Pregúntate todos días si eres feliz.  Y si no lo eres, sal y busca la felicidad.  Hazle caso a esa alma curiosa y tímida que vive detrás de tus ojos, y que juega con ser Dios todas las noches.  Ella te susurra todos los días y te dice cual es el camino que te corresponde, en el que te vas a desarrollar plenamente.  En ese camino serás dichoso y estarás colmado de amor y felicidad; y un día, el último de tus días, se te premiará con el mayor de los regalos, el más hermoso que pudiéramos tener, el más hermoso que puedas imaginar.
Disfrutemos de esta oportunidad que tenemos, de construir nuestro cielo un poquito todos los días.

La muerte, es lo único que le da sentido a la vida.


7.27.2010

Un par de medias a rayas


El maldito espíritu festivo me ahoga todos los años. La navidad hoy no tiene para mí la importancia que alguna vez tuvo. Creo que crecí, me hice adulto. Me di cuenta de ello la vez que dejé de recibir muñecos, y recibí un par de medias a rayas.

Legalmente ya era "mayor", ya formaba parte del grupo que sabe la verdad: los adultos. Comencé a formar parte de una gran pantomima, un actor más de un gran teatro formado para robarle la sonrisa a un niño. Si el fin es bueno, no importa cómo se logre.

Pero como buenos samaritanos, las buenas acciones deben quedar ocultas. Creemos que esa es la verdad de una buena acción. E hicimos responsable de todos los agradecimientos a un gordo barbudo vestido de rojo.

-¿Pero donde vive? - preguntaron los niños que al igual que el principito, nunca olvidan una pregunta después que la formulan.
- En el polo norte - ¿No podría ocurrírsenos algo más lejano acaso?... ¿Porque no Copina?
-¿Y cómo llega?
- Tiene renos voladores y cae del cielo por la chimenea

Nunca vi en mi vida un reno, y creo que nunca en mi vida tampoco vi una chimenea. Pero no importa, los chicos lo creen, esa es su obligación, creer todo lo que dicen los adultos.

Pero no fue suficiente. Envidiamos al gordo barrigón (y la gratitud que recibía de los niños), y lo hicimos como nosotros: justo. El gordo se convirtió en juez de los niños.

- Debes portarte bien - le dijimos a los niños.

¿Qué es el bien? ¿Acaso es malo querer seguir jugando un rato más en la pileta? ¿Acaso es malo comer helado hasta que te duela la cabeza?

Pero no nos fue suficiente, les enseñamos el valor del soborno.
Todo un año de esfuerzos, de notas perfectas, de comportamientos intachables, de ayudar a las viejas a cruzar la calle. Todo un año de sacrificio en la vida de un niño es mucho tiempo, y solo para obtener el ultimo Max Steel: el que tiene una súper ametralladora.

También les enseñamos la codicia de esperar cada vez mejores (y más caros) regalos. Porque, nuestros hijos, deben tener los mejores regalos de la cuadra.
Les enseñamos a pedir, a escribirlo en un pedazo de papel como si se tratara de un contrato, y a exigirnos del modo más descarado el regalo prometido. No importa, no tiene valor. En media hora se aburrirá y el trofeo terminará con el resto de los viejos juguetes. Da lo mismo, nunca tuvo valor, sólo cayó del cielo.

Hoy redescubrí la navidad.

No es un gordo barbudo se los puedo asegurar. No viene envuelto en brillantes colores metálicos, ni trae una ametralladora. Hoy traté de tocarlo y no pude... pero les juro que estaba allí.
No sé cómo explicarlo... hoy cumplió un año, nueve meses y veintiséis días. Este es el tiempo total de su existencia al día de hoy. En tiempo de nosotros los adultos, obvio.
Vio crecer un árbol en el living de su casa en una sola mañana y no se sorprendió, porque esas cosas pasan cuando se es niño.
Y crecieron de él cientos de bolitas rojas y plateadas. No tuvo que preguntarlo, la magia existe cuando tus ojos son puros. Esas cosas pasan.

Pero la mayor alegría fue a la noche, cuando el árbol se lleno de luces rítmicas; cordones de brillantes luciérnagas que destellan su vientre por turnos, una y otra vez.
Abrió la boca en un asombro autentico, se quedó mirando el árbol sin decir una palabra por dos minutos... en tiempo de adulto. No puedo imaginarlo en tiempo de un niño.
Sus ojos se abrieron como dos bolas de espejos y se llenaron con un millón de puntos luminosos. En sus ojos brillaba el cosmos, destellos tintineantes de colores imposibles de creer, galaxias que nunca había visto que se formaron sólo en dos minutos... y de todas ellas, solo pudo ver la que creyó la más hermosa, una chiquita y pálida que había quedado prendida junto al tronco de madera.

--¡Mira tío... una estrella!

Ojala nunca hubiera recibido ese estúpido par de medias a rayas.


7.15.2010

Breve historia de la intolerancia


“La intolerancia religiosa nació inevitablemente con la fe en un único dios”.
Sigmund Freud.

Había una vez, cerca del mar mediterráneo (lo que ocupaba Roma y Grecia en aquel entonces), una civilización donde todos los dioses tenían un lugar.  Había un panteón para Zeus, otro para Afrodita, otro para Neptuno.  Y cada habitante, tenía el derecho a adorar a quien quisiera, del modo que quisieran.  Le llevaban comida, oraban y hacían los rituales correspondieres para aplacar la ira de de sus dioses.  Incluso, los tributos podían ser sexuales y hasta orgiásticos (cabe recordar las Afrodisis).
No solo había dioses físicos u antropomórficos, también se podía adorar a un árbol, a una roca, a un río, incluso había un templo para adorar “al dios desconocido”, aquél que sin saber su nombre, también existía.
Se podría creer en uno o muchos dioses, o simplemente, no se creía en ninguno.  Y el César no castigaba a nadie por ello.  El César no era el hijo de ningún Dios, no representaba a ninguna iglesia o religión, no había unión entre religión y estado.
Ésta fue la era del politeísmo, donde todas las religiones y creencias convivían sin roses ni envidias.  Los paganos, rogaban salud y felicidad, oraban por justicia y misericordia.  No dictaban a los demás, que dios adorar ni que sacrificios hacerle.  Ningún dios, exigía la muerte de ningún hombre.

Pasado algunos años, al comienzo de nuestra era, después de la muerte de un Nazareno, algunos habitantes comenzaron a adorarlo como “el hijo de dios”.
Este grupo se hizo cada vez más grande, y su carácter violento llevó a varios conflictos sociales.  Promulgaban que había un sólo dios, el que ellos adoraban.  En palabras de Zacarías “no son dioses”, o peor aún “son demonios” en palabras del apóstol Pablo.
Para los primeros monoteístas, la posibilidad de elección no es más que una oportunidad para el error.
Los primeros rigoristas, fanáticos o “soldados cristianos”, recorrían las calles con palos y garrotes golpeando a cualquiera que adora los demás dioses.  Destruían los templos, rompían las estatuas y quemaban las casas de quien se les opusiera.  Dios, exigía la muerte de judíos, herejes y paganos.
El césar, buscando una tregua los llamó a su presencia y les preguntó: “como se llama vuestro dios, haremos un templo para que puedan adorarlo pacíficamente”.  Ellos respondieron “nuestro dios no tiene nombre, es único, es Dios”.  Y así el sustantivo se convirtió en nombre con D mayúscula.

Esta proto-religión que comenzaba a florecer (y tendría su ápice en la promulga de Constantino, s.IV), tenía una gran diferencia respecto a las otras: la personificación del mal, un personaje grotesco, llamado Belcebú, lucifer, o simplemente “diablo”.  Además de todas las inequidades que una mente perversa pudiera imaginar, este demonio tenía el peor de los pecados que se pudiera cometer en esas tierras: la traición.

Las religiones hasta ese momento no tenían en sus cosmogonías un símbolo tan claro de la maldad.  Los griegos creían que el bien y el mal formaban parte del alma humana, por ello sus dioses también eran humanos (con los mismos deseos, las mismas inequidades, la misma bondad o maldad).  Otras creencias más antiguas también avalaban este principio (allí está el Indostan que derivó siglos después en el Budismo).  Incluso en culturas más antiguas (egipcia, maya, inca) los dioses tenían atributos, obligaciones, jurisdicciones, pero nunca había una diferencia moral.  Por ejemplo, Afrodita y Ares eran los dioses del amor y de la guerra respectivamente, no había uno mejor que otro, no había bien y mal.

El problema yace en que un pensamiento tan totalitario y rigorista, tarde o temprano termina generando intolerancia.  Creer que hay un bien y mal absoluto, mentalmente nos posiciona en que formamos parte del “bien”, y por ende cualquier pensamiento contrario al nuestro, forma parte del “mal”.
El “bien” lo conforma la familia, la Iglesia, las santas escrituras, los hijos, Dios y el amor tradicional hombre-mujer.  El “mal” está corporizado por todo lo demás.
Además, el rigorismo religioso casi al borde del fanatismo, obliga a sus seguidores a destruir los demonios y dedicar sus vidas a una guerra santa.

Lamento deciros, que la guerra no está en otro lado que en vuestras cabezas.  Que el demonio, al que tanto le tienen miedo lo inventaron ustedes.  Que vivir con miedo no deja desarrollar plenamente el alma.  Que la polarización del ideas, solo lleva al odio.

Entiendan que hay tantos dioses como personas hay en el planeta.  Entiendan que cada uno de nosotros lo adora como creemos conveniente, y muchos estamos seguros, que el mejor modo es siendo felices.

Él, sólo quiere que seamos felices.

7.13.2010

Mi hermano peruano


El sol apenas había pasado su cenit, el día parecía feriado, las calles estaban vacías a pesar que corría un viento calido de este.
Lo conocí en una esquina, a pocos metros de uno de los bares más respetados de la ciudad andina, la que alguna vez fue el “ombligo del mundo”.  De aquel lugar había sido expulsado por uno de los mozos después de que un cliente extranjero discutiera con él y lo tachara de “drunk”.
Era pequeño, de pelo corto y rostro curtido.  Vestía ropas viejas (limpias y en buen estado), un chaleco color caqui, un pantalón que le quedaba holgado.  No me imagino a que se dedicaba, quizá su único trabajo consistía en estirar la mano y esperar unas cuantas monedas.
Salió del lugar prácticamente empujado por el mozo, recuerdo su camisa negra como una gran sombra a espaldas de aquel pequeño hombre.  Con el rostro lleno de lágrimas cruzó la calle, hasta la mencionada esquina, mi esquina.
Se acercó, certero, directo, de frente; no como quien vienen a pedirte una moneda, sino como un niño que corre asustado a unos brazos amigos.  Rondaba los cuarenta años, o quizás un poco más, no se distinguir la edad en los rostros andinos.  Su cuerpo era un poco encorvado, los hombros tirados hacia delante, como si llevara la pesada mano del destino a sus espaldas.
Sus primeras palabras solo fueron un llanto, una bocanada que terminó en una mueca de dolor.  Pasado unos segundos, ese dolor también se hizo mío.
--“Mi señora… hospital…” pudo decir mientras tragaba su angustia.
--“¿Necesitas dinero?” pregunté.
Él estiró su mano, pienso que en un acto reflejo.  Yo busqué en mi billetera todas las monedas que tenía… talvez siete u ocho soles en total.  Se las di en un manojo, un puñado metálico que hizo un ruido seco… pero él no soltó mi mano.
Se había encorvado más que antes, tenía mi mano entre las suyas.  Con un gesto lento y respetuoso, se llevó mis nudillos a su frente y allí retuvo mi mano hasta que sentí la humedad de sus lágrimas mojar mi mano.
--“Mis hijos…” talvez dijo, o eso creí escuchar.
Pocas veces he visto en mi vida tanto dolor y tanta angustia.  Tanta necesidad de afecto y comprensión.  Aquel hombre difícilmente podía caminar, como he dicho, cargaba en sus hombros la pesada mano del destino.
Fue un segundo, sentí que lo tenía que hacer y lo hice.
Lo traje entre mis brazos y lo abracé fuertemente.  Mentiría si dijera que se resistió.  En mis brazos su torso era más pequeño, más frágil y hasta huesudo.  Lo rodeé con ambas manos, pero era como abrazar el aire.  Él no intentó devolver el abrazo, pienso yo que me guardaba algún tipo de respeto, o quizás estuviese asustado.
En ese momento rompió a llorar, sus piernas se aflojaron un poco, pero yo estaba allí para sostenerlo.  Lloró tanto y casi a gritos, sus mocos húmedos se pegaron en mi remera (lo sabía y no importaba).
La angustia salió expulsada de su pecho, lo pude sentir casi arañando el mío.  Saben a que me refiero, es un momento de liberación, de desahogo, es casi como un orgasmo.
Finalmente me abrazó, y con un llanto más contenido me dijo:
--“Gracias, gracias… te amo hermano.  Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mí”.
Lo separé un poco de mis brazos y pude verlo más fuerte, con la mirada un poco más alta.  Le di la mano, le deseé suerte, y le dije que fuera al hospital y le diera un abrazo igual a su señora.
Hice unos pasos y me fui, lo dejé en la esquina, parado, mirándome igual que antes, pero un poco mas erguido, el peso en su espalda era mucho más pequeño.  Caminé unos metros, cuando volteé ya no estaba.   Aquel hombre me había dejado un hueco en el pecho, se había llevado algo de mí (más bien pienso que se lo regalé en aquel abrazo).  A los minutos yo ya estaba bien, las lágrimas en mi remera ya se han lavado.  Ojala lo que haya dado, aún lo conserve aquel hombre.

Sus palabras son las que me persiguen hasta hoy “Te amo hermano.  Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mí”.  Les juro, que estas palabras son verdaderas.  Hoy me siguen porque aún quiero entenderlas.
Si bien es bastante raro que un extraño te abrace en la calle, más raro es decirle que lo amas.  ¿No?  Eso me conmovió, eso lo entendí como una señal.  Como el premio de algo que estaba haciendo bien.
Y mi otra pregunta es “¿que hice por él?”, ¿acaso fue darle un abrazo?  Creo que fue mucho más que eso, lo traté como persona.  Me preocupé por él, lo miré a los ojos y lo abracé.  Eso era lo que realmente él necesitaba, y no el dinero.

Estamos demasiado apegados a lo material, y muchas veces creemos que soluciona nuestras mayores carencias afectivas.  Mejor dicho de este modo: Damos dinero a algún desconocido porque dentro nuestro pensamos “¡que buena persona que soy, que altruista!”.  Pero en realidad lo que hacemos es pagar una falsa sensación de superioridad.  ¡Hipócritas!  Y por el otro lado, por quien estira la mano para pedirlo, piensa “Estoy en mi derecho, me lo merezco por no ser tan afortunado”.
Y así sigue el círculo, ambas partes ganan.  No cuesta nada cambiar un poco de dinero por superioridad, y un poco de lástima por dinero.
El dinero como dádiva no soluciona nada.

Piensen que hay gente que esta mal, que sus carencias no son económicas sino afectivas.  Que lo único que necesitan es un abrazo, que todos y cada uno de nosotros se lo podemos dar, pero que ninguno de nosotros siquiera nos detenemos a mirarlos, porque los consideramos basura.  Piense cuantas veces se han sacado un problema con dinero.  Cuantas veces mandaron un regalo para no ir personalmente.  Cuantas veces llegaron tarde a buscar a sus hijos y lo compensaron en su mesada.  Cuantas veces para arreglarse con su novia le terminaron comprando algo bonito.  Es exactamente lo mismo, la misma clase de hipocresía.

Desde la distancia, antes del olvido, quiero hablarte a ti querido amigo.  Talvez tus lágrimas me acongojaron, pero quiero decirte que también te amo, que mi abrazo fue sincero, que yo tampoco nunca me voy a olvidar de ti.
Me has enseñado a ser mejor persona, y me has acercado un poco más a la “tan buscada respuesta”.

Gracias hermano.  

7.11.2010

Los miedos


Todos tenemos miedo.  Yo, particularmente, lo tengo de todo, y casi todo el tiempo.  Tengo miedo de las enfermedades que posiblemente tengo, tengo miedo de la calidad de los productos que como, tengo miedo al posible asalto callejero, tengo miedo del colectivero que hoy durmió poco, tengo miedo que un error me depare una condena, tengo miedo a las serpientes, a los lobos, a las arañas… a la enfermedad y a la muerte, tanto como a la vida.
Todos tenemos miedos.  Nacemos violentamente, desnudos, con un fuerte golpe en las nalgas, tratando de escupir el líquido de nuestros pequeños pulmones.  ¿Cómo no vamos a tener miedo de lo que viene después?

Los miedos son los recuerdos de nuestras experiencias, las heridas de nuestra historia.  Quien no ha sido picado por una araña, quien nunca se ha caído de un árbol, quien nunca se dio un porrazo con la bici, quien a nunca lo ha mordido un perro o lo ha arañado un gato, quien nunca perdió una mascota bajo las ruedas de una auto… ese “quien” no es hoy una persona fuerte.
Tampoco nosotros, los que fuimos vencidos por el miedo y nunca más nos subimos a un árbol, a una bici, a un caballo y cambiamos las mascotas por muñecos. 
Ni decir de los miedos “heredados”.  Tengo miedos que no son míos… tuve miedo a no aprobar la escuela, a chocar el auto de papá, a las enfermedades, a la inflación, a la devaluación, al comunismo, al movimiento hippie y hasta a los ingleses.

Miedos, miedos, miedos.  Somos personas que tenemos más problemas de la piel para dentro que de la piel para fuera.  Nuestra alma está corrompida y mordida por cientos de miedos que no la dejan crecer ni moverse libremente.  Algunos tenemos tantos miedos, que ya no queda especio para un alma.

Esta es la verdadera causa de todos nuestros problemas.  La razón de la que seamos infelices trabajadores sociales, haciendo todos los días los mismo, una y otra vez, siguiendo el camino que sigue la mayoría.  Por miedo a estar solo.

Los manipuladores sociales (medios masivos, gobierno, escuelas y religión), explotan estos miedos para “obligarnos” a comprar, usar, vestir o votar.  Sólo buscan control y poder social.  Te amenazan con la cárcel, con la quiebra, con una mala nota, incluso te amenazan con el infierno, mientras te hacen comprar cientos de productos para evitar las enfermedades y llevar la “felicidad” a tu mesa.
Somos una sociedad dócil, obediente, que sigue las reglas establecidas y que no protesta por sus ideales… porque somos hombres y mujeres con miedo.

Los miedos forman una parte importante del alma, son los recuerdos, el pasado o la parte oscura.  Pero también hay otra parte (y diría que más importante) que los complementa, que depende de ésta primera para crecer: la autoestima, la creencia en el destino, el futuro, la parte clara.

La parte oscura está para hacer más fuerte la parte clara, los miedos están para construir una estima más fuerte y sólida.  Son pruebas que el alma necesita para sentirse segura de si misma.  Los miedos están allí para superarlos, no para acumularlos.
Si tengo miedo a las serpientes, iré a un serpentario hasta poder tocar una; si tengo miedo de los perros, adoptaré un perro y lo amaestraré; si tengo miedo a perder el trabajo, lo dejaré para buscarme otro; si tengo miedo a estar solo, dejaré el mundo para estarlo; si tengo miedo a la enfermedad, cuidaré un enfermo; si tengo miedo a la muerte, miraré un muerto a los ojos.

Un miedo es como una tapia que no nos deja ver.  Hay que romperla, borrarla, destruirla… siempre atrás de una gran miedo hay un gran premio, una gran bola de luz que nos ayuda a hacer nuestra estima mucho mas fuerte.

Sigamos buscando nuestro camino.