11.20.2010

La lechera tropezó. ¿Y qué?


Escuché en una conferencia acerca del optimismo, que la actitud ante la vida de un sujeto, se manifiesta cuando sube una escalera.  Hay gente que se la "come" de a trancos y otros que la suben peldaño a peldaño.
Y hago extensible este ejemplo a quien camina por la calle.
¿Han estado en la Plaza San Martín, o en la peatonal 9 de Julio?  Deténganse un minuto, siéntensen y vean.

Los jóvenes tienen un modo particular de caminar.  Usan pasos mas libres, sortean obstáculos, sus pies se juntan y se separan.  ¿Vieron como mueven sus pies cuando hablan? ¿Vieron esa alegría ante la vida?
En cambio los mayores caminan “cautos”.  Mirando los pocos metros que hay delante de ellos, esquivando posos y charcos.  Dejando pasar delante de ellos las mujeres que llevan las compras.  Miran su reloj impacientes, pero con tristeza.
En cambio, los niños son fascinantes, caminan viendo el cielo, los árboles, los carteles de colores, las personas mayores.  Todo es nuevo, todo es bello para ver.
¿Es una actitud ante la vida o no?
Pero hay algo que más me llamó la atención: Es a dónde mira la gente cuando camina.

La metáfora es sencilla, el cuerpo habla de lo que la gente piensa y siente.  Si caminas mirándote los pies, estás ensimismado en ti.  Pensando talvez en los problemas económicos o amorosos.  Llevándote con cautela o con apuro.  No disfrutas la caminata, haces siempre el mismo camino, y si haces los mismo, siempre veras lo mismo.  Las mismas calles, letreros y plazas.
Muchos, la mayoría, caminan de este modo.
Otros en cambio miran el horizonte.  Son personas mas libres, orgullosos de sí.  Que confían en el amor, la amistad y el destino.  Caminan erguidos, porque llevan poco peso en sus hombros, o sencillamente, porque no les importa.
Pero hay otros, los pocos, que caminan mirando el cielo.  A veces escuchan música, otras tararean algunas canciones, y no falta el que las inventa.  Frenan en cada vidriera, no importa que sea de zapatos o una ferretería.  Todo le sorprende.  Caminan por las noches mirando los carteles o las estrellas.  Pregúntate, ocasional lector, ¿Hace cuanto que no has visto la luna? ¿Sabes si quiera en que fase está?

Me enseñaron de chico, que la lechera bajaba todos los días al pueblo, llevando su cuenco de leche sobre su cabeza.  Bajaba y subía todos los días, distrayéndose en el camino, ¡Dios sepa con qué! (o como decía mi padre, “papando moscas”).  Y un día, por culpa de su distracción, tropieza, el cuenco se cae, y la leche queda derramada entre un montó de añicos.
Una mujer que veía la situación, sentencia el cuento con la metáfora obligatoria: “Eso le pasa por distraída”.
¿Qué me enseñaron? Pues… a tener miedo.  Miedo a equivocarme, a perder lo que conseguí,…el fruto de mi trabajo.  A esforzarme a no equivocarme, por miedo.  Y el modo de no equivocarme es hacer siempre el mismo camino, de modo que lo conozca de memoria, hasta que cada pie pise la misma huella que dejó los días anteriores.

Pero nadie nos dijo que estaba viendo la lechera.

Admiro a la gente que ve la luna.  Que son los primeros en ver un arco iris.  Que por las noches buscan el Cinturón de Orión.  Ellos ven algo más bello e importante.  Caminan por la vida felices, llenos de fe.
En serio, vean sus rostros, ¡caminan felices!
A ellos no les importa cuantas veces derramen la leche.  No es tan grave.  Ya les ha pasado muchas veces.  Ante los añicos se ríen mascullando entre dientes “Que boludo que soy”.
Y siguen... Bajan todos los días al pueblo para tener una excusa para disfrutar el camino.

No te mires más los pies.  Levanta la cabeza un poco cada vez que camines.  Y descubrirás que las estrellas también brillan de día.

Todo lo que hacemos en la vida es una excusa para disfrutarla.  Recuérdalo.

J.-