2.09.2011

El rompecabezas más grande del mundo.

Tal vez este sea el post más personal que he escrito.  Porque sencillamente voy a hablar de mí.  Quiero explicar algunas cosas, dejar constancia de mis pensamientos en algún remoto disco duro, antes que no pueda ponerlo en palabras.


Breve historia de un ñoño.

Todo comenzó cuando era niño.  No éramos una familia rica, tampoco éramos pobres.  Recuerdo que tomábamos la leche en la escuela, y teníamos zapatos del Paicor (creo que mi madre aún siente vergüenza por ello.  A mí me llena de orgullo).
Padre: artesano, mal negociante (igual que yo).  Madre: ama de casa, con un marcado gusto por la pintura.  Ella nunca viajó mucho, creo que me sobran los dedos de una mano para contar las provincias que conoce.  De cualquier modo, su “conocimiento” era lo que más admiraba.  En casa había (y lo hay hasta ahora) una gran pared tapada de libros, desde el zócalo hasta el techo.  Cientos o quizá miles de libros viejos y amarillentos.  Esa mujer, que había crecido en el campo y tubo que trabajar desde joven; tenía libros de Egipto, de astronomía, de medicina, de historia mundial y argentina, novelas, religiones, atlas de geografía, varias enciclopedias, la colección completa de Borges... todos forrados con simples papeles de colores.
El primer libro que leí fue “Los Mosqueteros” de Alejandro Dumas.  Tenía ocho años.  Lo leí tres veces.

Creerás, ocasional lector, que mi familia no era muy distinta a la de Charles Ingals.  En realidad lo único que faltaba era amor.  No se porqué.  Eran “otras épocas”, y mis padres habían sido educados por personas de “otras épocas” aún más antiguas.  En definitiva, llegué a la adolescencia con una baja autoestima, poca fe en mí, tímido y auto-acomplejado.
Mi único sostén eran los libros.  Y con ellos buscaba el amor que me faltaba.

Fuí el mejor alumno, ocasional abanderado, primer premio en las olimpiadas de matemáticas.  Mi primer ensayo lo escribí a los catorce, y eran veinte hojas escritas en una Olivetti.  En la feria de ciencias, mi trabajo consistía en la Revolución Luterana del siglo XVI.
Era Lisa Simpson.

Había probado las aguas, y tenía la sed del conocimiento.  Como el hambre de Erisicton, mi sed era insaciable.  Leí de todo lo que podía: química, biología, mitología de todas las culturas, historia, física, sociología, psicología, geografía y todo tipo de novelas... entiendo la teoría de la Relatividad de Einstein, leí el Corán y el Bhagavad-gītā, la teoría del Caos de Lorenzo, también a Thomas Malthus.  Arte Gótico y Renacentista, Carl Marx, Nietzsche y Platón, Stephen Hawking y Darwin...  A veces me encuentro en la calle, defendiendo el concepto de la “inteligencia infinita” de Borges; o en un boliche, hablando del Límite de Sucesos de los agujeros negros.
Ostento conocimiento porque no tengo otra cosa.  Es el modo infantil que tengo de tapar mis putas inseguridades.

Pero he aprendido a quererme de este modo.


El rompecabezas.

Imaginemos que compramos el rompecabezas más grande que hemos visto.  Lo sacamos de la caja y vemos que son miles y miles de pequeños pedazos de cartón  Y no hablo del que armaron en Singapur con más de doscientas mil piezas, o el francés que tenía casi dos mil metros cuadrados.  Hablo de uno mucho más grande.
Comenzamos a diseminarlas de modo que entre ellas exista siempre el mismo espacio, y todo esto, con las fichas boca abajo de modo que no podamos verlas.
¿Les parece difícil?.  Imaginemos que para complicar más el asunto, hay una sola regla:  sólo podemos dar vuelta dos fichas, una vez encontremos otras dos fichas que sean compatibles.  Osea, conocer la ubicación de una y su “significado”, nos permite tener dos nuevas posibilidades.
En otras palabras, lo que quiero decir es que cada “respuesta” nos generas nuevas “preguntas”, así es la búsqueda del conocimiento.  Una tarea metódica, obsesiva y paciente.
Como se imaginarán, este juego lleva mucho tiempo.  Muchos creén que las fichas son infinitas, que el conocimiento nunca se acaba.  Estos son los que abandonan, y critican a los que aún estamos en el juego. A otros, simplemente no les importa.

Escribo este post, para deciros que hay un premio.  Pocas personas en el mundo han llegado a finalizar el rompecabezas, entender cada una de las piezas en que está diseminado el saber y transformar el conocimiento en sabiduría.  Ellos “saben” la razón de la vida, qué es el amor, de que está compuesta el alma y que hay después de la muerte.  Ellos son capaces de describirnos a Dios.

Pero resulta que este conocimiento es imposible transmitirlo.  Esas personas hablan un idioma distinto, metafórico, con alegorías y paradojas.  Cada ficha que das vuelta te cambia un poco, y ellos han cambiado mucho.  Ya no son hombres.

Estos “sabios” no piensan en antagónicos.  Lo malo y lo bueno, el amor y el odio, o la vida y la muerte, son para ellos divisiones absurdas.  Ellos piensan globalmente, como si cada pequeña cosa, cada día de nuestra vida, formara parte de un todo.  Ellos son el todo. Transformaron su vida y se transformaron ellos mismos para mostrarnos el camino a seguir.
Las religiones se basan en el conocimiento que estos pocos “despiertos” delegaron al mundo.  Pero como he dicho, este conocimiento no se transmite.  Sólo tomamos algunos principios y los tergiversamos a nuestra conveniencia.  Distorsionamos su significado porque somos incapaces de comprenderlo.  Porque para hacerlo, tenemos que cambiar nuestro modo de pensar, de sentir, de amar.

Las personas que han llegado al conocimiento, son llamados “despiertos”, ídolos, héroes, sabios, genios o porqué no: “semi-dioses”.
Estos hombres me inspiran a seguir, a querer ver lo que ellos vieron.  A comprender el mundo y la vida, del mismo modo que ellos lo hicieron .  Y este sólo deseo, me está cambiando.

Tengo cientos de pensamientos en la cabeza.  Fichas que se encajan todo el tiempo y nuevas que me paso la noche tratando de entender.  Estoy comprendiendo cosas para las cuales ya no hay palabras; ideas que rondan en mi cabeza, incapaz de explicarlas, pero con la seguridad de que son ciertas.
De este modo puedo decir que en realidad el rompecabezas es nuestra propia vida.  No me pidan explicarlo.
También sé que este juego se torna cada vez más peligroso, cada vez más solitario.  Despierto por la noche con pensamientos enormes y complejos, epifanías que me mantienen en vela con una sonrisa de felicidad.  Por si no lo notaron ya, disfruto del conocimiento como una droga.

Di vuelta una ficha que no quería ver y me niego a ponerla en su lugar.
Entendí que mi propio conocimiento, del que tanto estoy orgulloso, ya no me sirve.  Acabo de entender que para seguir adelante, tengo que negar el conocimiento mismo.
Este es el caso de las paradojas que tampoco se pueden explicar.

¿Quiero una vida solitaria, donde mis pensamientos sean incompredidos por la mayoría?
¿Estoy dispuesto a perder todo lo que he sido y las cosas que he logrado en tantos años por seguir adelante?.  Mi conocimiento, mi orgullo y mi ego, es también mi lastre.  Si lo dejo, quizás algún día encuentre La Sabiduría, a precio de perder mi propia identidad.
En realidad, tengo que ser el niño tímido e inseguro que era (y sigo siendo). El conocimiento es solo una coraza, una muleta, un placebo; como los son también todas las cosas materiales. Tengo que encontrar el amor que estoy buscado de otros modos, más infantiles, más curiosos y espontáneos. Sorprendiéndome a cada paso, sin tomar nada en serio, jugando. Justamente, como niño.

Dicen que el saber, a veces se torna locura.  Creemos que son antagónicos, pero en realidad son la misma cosa.

Comienzo a entenderlo. ;)

J.-