1.23.2012

¿Que es la Iglesia?

En este ensayo propongo aclarar la idea que tenemos de la iglesia Romana: sus creencias, sus ritos, las bases de su fe, en realidad existía mucho antes de nuestra era, mucho antes que Cristo apareciera en este mundo.  La Iglesia Cristiana Apostólica Romana, no tiene nada que ver con Cristo.

Iglesia y Estado

En la antigüedad, digamos por ejemplo miles de años antes de nuestra era, en la cuenca del Egipto, el gobierno del pueblo estaba unificado en una sola figura (y un grupo de asistentes).  Las leyes eran dictadas por aquel representante de dios en la tierra quien era la cara visible de este grupo, en este caso: el faraón.  La sentencias que hacía dicho gobernante, siempre tenían un carácter divino.  De la salud del faraón dependía el bienestar del pueblo; de su estado de ánimo, la vida de sus subordinados.
No existía la división entre Iglesia y Estado.  Y no existía, porque había un único gobierno y una única creencia.  La división entre Iglesia y estado, es una característica romana.  Y fue adoptada por una decisión estratégica.  

Roma (al igual que todos los imperios), se expandió en todas direcciones y a cada paso se encontraba distintos pueblos, con distinta cultura y lenguaje.  Eran pueblos pequeños, debilitados por las constantes guerras que entablaban con otros pueblos.  Roma podía dominarlos fácilmente, o como sucedía la mayor parte de las veces, estos pueblos voluntariamente se dejaban gobernar por Roma.  Formar parte de un imperio, tenía muchas ventajas, entre ellas: los caminos y el comercio.

“Todos los caminos conducen a Roma”, dice el provervio.  Y es así, porque en realidad todo imperio necesita una vasta red de caminos (en forma de abanico) que comuniquen todas las provincias con la ciudad central.  Esto favorecía enormemente el intercambio de mercaderías, pero más aún el intercambio de culturas, de lenguas y de dioses.

Roma se estaba convirtiendo en un ciudad multicultural.  Muchos extranjeros se establecían en sus calles, llevando su cultura, sus ritos y su familia.  Poco a poco, los nuevos dioses fueron tomando más adeptos en la ciudad.  
Y por esta razón, el nombrado poder “faraónico” tuvo que separarse.  Había muchos dioses y muchas creencias, tenían diferentes visiones sobre los mismos aspectos sociales y era imposible gobernar con falta de concenso.  Entonces se decretó la libertad de culto, el politeísmo.  Cada persona podía adorar a su dios del modo que le antojara, obvio, sin contradecir el poder civil que seguía siendo el regulador del comercio.

Aquel tiempo vio el auge de las religiones.  Roma adoraba cada dios nuevo y extravagante que conocía.  Adoptaba vagamente sus ritos y comenzaba a darles ofrendas.  Había un dios para cada día del año, e incluso un día para el dios desconocido, que por miedo a su ira, también tenía que ser adorado.


La Iglesia Romana

¿Y como ve el Estado este auge? El Estado está formado por personas, y las personas deben creer en algo.  El poder civil necesita cierto aval divino en sus acciones; esto le otorga una mejor imagen ante el vulgo y trascendencia en sus actos.  Lo apoya una iglesia en particular, la más fuerte de todas, cercana al gobierno y al cesar: la Iglesia Romana.  Un grupo de personas que administra las creencias del Estado, sus ritos y el valor religioso de sus actos.  Esta Iglesia ganará muchos adeptos ya que sabe entender los gustos del vulgo, y funciona como intermediario entre el Gobernante y su pueblo.
Su misión, es mantener al pueblo contento, brindándole respuestas metafísicas que lo dejen más o menos tranquilo.  Dándoles rituales para que se sientan en armonía con Dios.
El Dios santificado, su imagen, los ritos de aquel dios y sus mandamientos, van a cambiar de acuerdo a las necesidades y el uso estratégico de los “dioses de moda”.

Dicho de otra manera, la Iglesia va a utilizar fragmentos o creencias de diversas culturas, para construir una única religión unificadora y popular.  El nombre de esta religión y los dioses santificados van a cambiar mientras dure su expansión como imperio.


Zeus

Grecia fue quizás, por su cercanía, el primer pueblo “abducido” por Roma.  Sus dioses presentaban todas las características humanas, las virtudes y los defectos.  Era un buen modo de transmitir valores a las nuevas generaciones, a través del relato de fábulas y mitos.

Roma era la ciudad más importante de su época, y pretendía gobernar todos los pueblos aledaños.  Y por esta razón, rápidamente se identificó con la mayor figura del olimpo:  Zeus, quien era la divinidad suprema.  Vestido de túnica blanca y larga barba, estaba sentado en un trono de oro rodeado de nubes.  Desde el cielo observaba todo lo que hacían los hombres.  Estaba en todas partes, y lo sabía todo.  Los premiaba o castigaba de acuerdo a su juicio.  Metafóricamente, el rol que pretendía ocupar Roma.
El nombre de este dios, se latinizó cono Deus, derivando en la palabra Dios que usamos en nuestros días.
Zeus, además de su omnipotencia y omnipresencia, tenía ciertos caprichos que parecían humanos; cada tanto, bajaba de los cielos para fecundar alguna joven.
Estas mujeres humanas, que tenían relaciones con el dios, eran consideradas benditas.  Muchas de ellas (o casi todas) daban hermosos hijos semi-divinos.  Osea, que siendo humanos por fuera, eran dioses por dentro: hijos de Dios.
El más famoso de ellos fue Hércules (Heracles para los griegos).  Hijo del dios con una mujer humana, su vida fue colmada de viscisitudes y metáforas.  Quizás las más sorprendente de ellas fue su descenso al infierno (inframundo) para pelear con el hermano maldito del dios (Hades) y volver al mundo de los vivos al tercer día.


Osiris

Era el dios egipcio de la fertilidad y la resurrección.  Era el jefe de la tríada Osiriaca, formada por su mujer Isis y su hijo Horus. El mito de Osiris introduce en la religión las nuevas ideas del bien y del mal. Osiris, es asesinado por su hermano Seth, quien lo arroja al Nilo, en donde lo encontrará Isis, quien le devuelve la vida. Con esa resurrección se establece el triunfo del bien sobre el mal.  Muere como hombre pero resucita como inmortal gracias a Thot.
Osiris preside el tribunal celestial que dictaminará la suerte de los muertos.  
Osiris también es el dios del vino, ya que fue el primero que hizo trepar la vid por una estaca y pisó los racimos.
Roma, amaba el vino.


Dionisio

Roma era una ciudad cosmopolita, todo lo nuevo la seducía.  Y su gente no tardó en darse a la diversión, los bailes, el alcohol y las orgías.  Rápidamente se divulgó la veneración a un nuevo dios que venía de Grecia, que al igual que Hércules, también era hijo de Zeus con una humana.  Era un dios joven, amante del vino y las mujeres hermosas.  Era el dios ideal para la Roma de aquellos tiempos.
Dioniso (como su nombre lo indica, hijo de Dios), tomó en Roma el nombre de Baco, dios del vino.  Junto a él, se organizaron las bacanales: fiestas orgiásticas, destinadas en un comienzo a las mujeres, y tiempo después, permitieron la incorporación de hombres.
Hacia el año doscientos antes de Cristo el senado prohibe estas fiestas, pero sus creencias ya habían prendido dentro de la cultura popular.  Especialmente una, el episodio donde convierte seis vasijas de agua... en vino.
También un rito en especial llegó a nuestros días.  En los templos dedicados a Baco, sus sacerdotes santificaban el vino, vertiéndolo en un copa y elevándola al cielo.  De ese modo creían que se incoporaba en él el espiritu santo.  Lo mismo hacían con el pan, para luego comerlo entre los presentes como gesto de común-unión.  


Mitras

El mistraísmo llegó a Roma, más o menos a comienzos de nuestra era.  Oriundo de Asia Menor, más precisamente del desierto de Irán, su religión se va a basar en el zoroatrísmo, doctrina que profesa el amor.
Esta religión también tenía sus templos: los mitreos.  Especie de iglesias actuales con capacidad para unas docenas de personas.  De forma rectangular y alargada, sus paredes estaban decoradas con pinturas de diversos momentos del mito.  Al final del recinto, estaba el altar con la figura del dios en relieve.
Mitras es un dios solar, osea que su vida es una metáfora del sol.  La fiesta más importante que tiene esta religión es el nacimiento del dios de su madre humana, que se festeja cada 25 de diciembre para el solsticio de verano.
Además, los seguidores de Mitras, santificaban también el domingo (como lo hacían todas las religiones).  Lo llamaban: el día del sol.  

El mistraísmo fue la religión más fuerte que había lo grado “formar” la Iglesia Romana.  El pueblo estaba contento y esta religión le satisfacía metafísicamente.  Tenía suficientes fiestas religiosas, y algunas paganas (como las pascua).  Y además, sus creencias no exigían grandes sacrificios.
Fue la mayor religión hasta el siglo III, en que una nueva figura obligaría a cambiar la teología y la política romana.


Jesús Cristo

Entonces... ya tenemos un dios omnipotente e iracundo, vestido con larga túnica blanca.  Que baja un día al desierto y embaraza a una mujer.  La mujer bendita, tiene un hijo varón que nace el 25 de Diciembre.  Hijo de dios, un ser semi-divino, con poderes que sobrepasan el entendimiento humano.  Capaz de convertir el agua en vino, y santificarlo.  Que bajó a los infiernos durante tres días y volvió a dejar enseñanzas a sus seguidores.  Un dios que hablaba del amor, del bien y del mal.

Pero un nuevo credo surgió entre los soldados romanos, la adoración a un nazareno que había muerto crucificado en el desierto.
La idea de Cristo como Redentor pertenece al tema mundialmente difundido y precristiano del héroe y libertador, quien vuelve a aparecer milagrosamente después de que todos pensaban que había muerto.  Hercules y Osiris forman parte de este mito.  Cuando y dónde se originó, nadie lo sabe.
Pero gracias a que este mito era muy popular, el cristianismo rápidamente ganó numerosos adeptos, especialmente entre los soldados romanos, quienes ejercieron una participación religiosa activa y muchas veces violenta.  
Los “soldados de cristo”, nombre que adoptaron como fraternidad, destruían los templos de otras religiones, mataban a sus sacerdotes y quemaban las casas de quien se les opusiera.

La iglesia tenía que calmar esta ola de violencia y comienza a negociar con sus representantes, pero sus exigencias eran muy ambiciosas.  Los cristianos reclamaban la prohibición de todas las religiones existentes por considerarlas paganas, quedando como única religión oficial el cristianismo.
La iglesia no quería ceder.  Los hechos de violencia aumentaron.  Según algunos historiadores, el incendio de Roma no fue causado por Nerón, sino por aquellos fanáticos religiosos.

El emperador Constantino el Grande, quien acababa de imponer el dominio sobre la totalidad del imperio romano, tuvo que intervenir en la revuelta.  Convocó a todos los obispos cristianos del imperio para establecer la paz religiosa y contribuir con la unidad de la Iglesia cristiana.  Se conoce esta reunión como el Concilio de Nicea, realizado en Asia Menor en el año 325.
Constantino simpatizaba con el cristianismo, por inclinaciones personales y también políticas: donde hay un solo rey, debe haber un solo dios.
Pero al mismo tiempo había que conformar al resto del pueblo.  Podían quitarles su dios, pero no podían cambiar sus ritos, sus creencias y sus festividades a las que ya estaban acostumbrados.
Y así sucedió.
Fué un cambio de bandera, pero no de creencias.


Conclusión

Así surge la Iglesia Cristiana, que mantendrá el control del “bienestar” espiritual del pueblo durante quince siglos.  Para mantener este control, adaptará nuevas creencias y ritos, y los impondrá como doctrina.  Adoptará la confesión para conocer los secretos del pueblo y sus gobernantes.  Inventará el purgatorio para justificar la venta de indulgencias.  Creará la Inquisición para anular los focos de insurrección y las desviaciones heréticas.  Declarará la guerra al oriente para mantener su poderío territorial.

Todo lo que conforma la religión cristiana, no es más que un conjunto de mitos precristianos teñidos por manipulaciones políticas.

Las verdaderas enseñanzas de Jesús, la que legó a sus discípulos más fieles, se perdieron en el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el siglo III.
De las palabras de Jesús no queda nada, incluso dentro del cristianismo.


J.-