7.26.2015

Dicen los patos.



DICEN LOS PATOS

Dicen los patos que los cisnes no existen. Dicen que es un mito, que sólo existen en los cuentos y en las películas. Cuentan las historias que son blancos, de cuello largo. Vuelan tan alto que tocan el sol, ¿Quién se atrevería a ir tan lejos? ¿Para qué?

Dicen los patos, que los cisnes viven al otro lado de la pradera, en un estanque lleno sapos, mal oliente. Quizá con agua servida. ¿Quién quisiera vivir así? Es lo que cuenta el pato sabio, dice que se lo contó el amo en persona.

A los patos les preocupa ser todos iguales. Todos amarillos, todos marchando juntos en filita india. Las madres le ponen nombre a sus patitos, porque son tan iguales que ellos mismos no sabrían quién es cada uno. Pero cuentan, por ahí, que los cisnes no tienen nombre.

Cada tanto, algún pato desaparece. Se va lejos, y nunca más vuelve. Está bien, es la decisión del amo. Seguro lleva los patos más gorditos a dormir a su casa. El mismo quien nos da de comer, no puede quitarnos la vida, ¿no?

Accidentalmente, nacen patos muy distintos. No les gusta caminar en línea, ni bañarse en barro por la mañana. Miran de modo altanero a los otros patos, estiran su cabeza y son más altos. Sus plumas pierden el amarillo y sus alas comienzan a crecer. No nos gustan esos patos. Nos saca de nuestra propia comodidad de pensar y crear todos los días iguales. Caminan torpemente. Y sus cuellos son tan largos que nos sentimos bajitos. No nos gusta sentirnos bajitos.

Les molestamos, les ignoramos, les picoteamos. Les decimos una y otra vez que no son patos, que no tienen las cualidades necesarias para serlo. ¿Quien quisiera estar con alguien así? Los patos feos, deben estar solos. Es por su bien. Después de un tiempo agachan su cabeza, les deja de crecer el cuello y las alas, y poco a poco van recobrando su lindo color amarillo. Es lindo verlos caminar con los otros patos, tropezándose con sus enormes patas. Caminan últimos en la fila, ese siempre será su lugar. Para que no se le olviden que no se puede ser más que los otros patos.

Los que no se curan... los que no vuelven a ser patos, seguimos hostigándolos, hasta que finalmente se van. Desaparecen por si solos. No nos importa a donde vayan. Ahora tenemos una hermosa fila de patos amarillos, todos igualitos. Que se bañan en barro por la mañana y esperan la comida del amo por la tarde.

No sabemos porque sucede esta mutación. Algunos creen que se han mezclado huevos de cisnes en los nidos y algunas mamas están criando patos feos. Otros sospechamos que los cisnes entran por la noche y fecundan a nuestras mujeres. Hemos hecho investigaciones, controles ovíparos, y no podemos encontrar la causa de esta enfermedad.

Lo que no saben los patos, es que los cisnes no entran por la noche...ni tampoco ponen huevos.



DICEN LOS CISNES

Cuentan los cisnes que hay un lago del otro lado de la pradera. Similar a este, pero lleno de patos. Es un lindo lago, lo recuerdan con cariño. Aunque hace mucho que no van allí. No hay razón para ir. Ver los patos, los ponen tristes. Prefieren nadar, jugar y volar tan alto para tratar de alcanzar el sol. Algún día ellos se convertirán en soles, todos los saben.

Hoy llegó un cisne nuevo. Llegó mojado y con frío, había cruzado toda la pradera solito. No entiende que es un cisne. Se queja de su largo cuello y por eso camina encorvado. Le dan vergüenza sus alas y por esos las esconde. Quizás nunca las haya separado de su cuerpo. No sabe que es hermoso. Aún no sabe lo alto que puede volar.

Siempre festejamos la llegada de un nuevo cisne. Cada cisne es un hermano perdido que por fin hemos encontrado. Le llevará un tiempo aprender a nadar, y quizá le lleve más tiempo aprender a volar. Pero acá estamos... para ayudarle. Nadie quiere cortarle las alas. Queremos que vuele con nosotros más cerca del sol.

Todos los cisnes son distintos y al mismo tiempo iguales. Al comienzo todos se creen patos, o mejor dicho, menos que patos. Eso les han hecho creer. No saben que esa es la razón de su despertar. Al igual que la flor que nace del barro, los cisnes nacen en las sombras, en la falta de luz. Y por eso buscaran el sol, toda su vida.

Como he dicho, los cisnes no ponen huevos. Los cisnes... se hacen.


Dedicado a Jenny.

J.-

4.08.2012

Una noche de otoño.


Suelo no escribir cuentos, no soy bueno con las moralejas.  Pero esto sucedió en verdad, y de un modo extraño.  El destino a veces muestra el camino con cierta ironía.  Para Borges, Dios jugaba con los hombres.  El director de la Biblioteca Nacional estaba ciego, al igual que el creador del telescopio.  El mejor músico de todos los tiempos era sordo.  La persona que más habló de amor al prójimo, murió crucificada; un día como hoy, hace casi dos mil años.
Es la “magnífica ironía” de Dios.

Por un momento creo haber percibido su agridulce humor, y quiero contarles como.


Había una vez...

Viernes de otoño.  La modorra del feriado no se iba.  Había quedado con una amiga para vernos aquella noche... y estaba llegando tarde. Siempre lo hago.  Es tan mala costumbre que hasta a mí ya me molesta, la estoy tratando de corregir.  Pero al hacerlo entro en conflicto con unas de mis primeras enmiendas: “No hay tarde ni temprano, siempre es el momento justo”.  La mente justifica todo, y casi siempre me convence, así que no me apuré.
Salí de casa y me detuve en la esquina frente a Patio Olmos.  Respiré profundo un par de veces, quería llenar los pulmones con el olor al agua fresca.  Hace un mes que esa fuente está en medio de la calle y aporta cierto cáliz surrealista al lugar.  Escucho el ruido del agua por las noches.  Siempre me gustaron las fuentes.
Esa vieja tradición de tirar monedas en los pozos de agua proviene desde antes del cristianismo.  Una vieja tradición pagana donde se ofrecía un tributo al dios del agua.
Yo comparto esta idea.  Para los astrólogos, yo soy agua.

Allí me percato del silencio, ¡no había nadie en el centro!  Salvo unas cuantas personas, las que habría un domingo a las tres de la madrugada... digamos nadie.  Todas las calles estaban cortadas.  Junto al ruido del agua, una música triste y lúgubre sonaba de fondo.  Pretendía ser épica con golpes de bombo, pero solo era triste.  

Me ajusto la mochila y comienzo a subir por Yrigoyen en dirección a Plaza España.  Siempre por el medio de la calle, es uno de los pequeños gustos que me doy cuando el centro está cortado.  Ah, y no les dije:  todas las luces estaban apagadas.  

Yrigoyen era “una boca de lobo” diría mi tía.  No había autos, ni luces, ni gente y sonaba aquella música como las del cine de suspenso.  A lo lejos, cien metros delante, se recortaba la silueta de una multitud de personas, cientos, quizás miles. Con su mirada en alto, sin decir ni pronunciar palabra alguna, parecían “zombies”.  Se habían convocado en la esquina de Obispo Trejo, y no sabía porqué.  Me ajusto un poco más la mochila y trato de flanquear a la multitud por la derecha.  Me es imposible, toda esa gente está agolpada a las puertas del Obispado de Córdoba.  
Desisto.  Vuelvo hacia atrás, cruzo cerca de unos jóvenes que miraban perplejos algo por sobre mi cabeza.  Todos tenían su mirada perdida, como hipnotizados.  Muchas personas mayores, pero también habían jóvenes y familias completas.  Nadie hablaba, nadie se movía.  Sólo miraban.

Sobre el frente del Obispado, unos tres largos pendones de tela blanca colgaban sobre la línea de los balcones.  Sobre los lienzos, a modo de cine, se proyectaban ciertas imágenes alusivas a la pasión de Cristo y su calvario.  Sus imágenes me recordaron mi niñez católica y la importancia que esa religión le da al Vía Crucis.  Allí estaba el Cristo llevando su cruz hasta el Gólgota.  Y apareciendo José de Arimatea (o El Sirineo, no recuerdo bien), para ayudarlo a cargarla.  A cada imagen de dolor correspondía un golpe musical.  Sentía cada imagen como un golpe al alma.  Lo digo siempre y lo repito una vez más:  La vida de Jesús me da mucha pena y dolor; no puedo seguir una religión que me entristece, que me pone mal.  Por eso sigo buscando a Dios por otros modos.

“Mirá... en el balcón!”, susurró una mujer a su marido.  Figuras de actores vestidos de negro caminaba de un lado a otro, se asomaban de a turnos por las ventanas, como los títeres de un teatro.

¡Suficiente! Tenía que salir de esa gente, escapar del dolor.  Era como una sombra lúgubre que trataba de retenerme.  Lo primero que pienso: “¡Acá hay chicos!, ¡¿como pueden mostrarles tanto dolor?!”  Me abro paso con algunas disculpas y ni bien salgo de la gente apuro el trote.  Yrigoyen es una calle en subida, unos metros más adelante volteo para tener un mejor ángulo de la situación.  Y allí lo entendí.

Todas aquellas personas estaban viendo un juego de sombras.  Falsas proyecciones de figuras, dibujos, cuadros, actores manejados como títeres... nada real.  Para Platón, aquello era el Mito de la Caverna. Y entendí que tenía que seguir caminando, no podía hacer nada por ellos.

Plantón, cuenta en la República que un grupo de personas vive su existencia atrapados en el fondo de una caverna.  Allí pasan todas sus vidas sentados, atados de pies y manos, viendo un extraño juego de sombras que se proyectan en una de las paredes.  Ellos creen que esas imágenes son reales, ya que las vieron toda su vida.  Pero la realidad está muy lejos de aquel lugar.
Los Amos de la Caverna juegan con las sombras, con las ideas.  Nos dicen que pensar y que hacer.  Se ponen frente a una luz y con pequeñas marionetas entretienen a la gente.  Y la gente así, se convierte en marioneta.
Me sentí bien escapando de aquel lugar.

Yrigoyen seguía a oscuras, tan solitaria como dos cuadras atrás.  Como he dicho, me gusta caminar por el medio de la calle.  Bien por el medio... pisando la línea punteada.  Me da cierta idea de equilibrio, de armonía.  Cuando camino me siento como kung-fu, como Sócrates, como el Buddha, incluso como el Cristo.  Todos caminaron mucho y encontraron su iluminación caminando.

Me hago presente.  Siento en mi rostro una brisa fresca que viene desde el sur.  La luna llena acaba de salir y aun conserva su gran tamaño y su color anaranjado.  A mi izquierda, la torre de los Capuchinos se recorta junto a algunas estrellas.  Nunca me pareció estar tan cerca de París.
No había autos, como he dicho, tampoco gente.  Solo el ronroneo lejano de la ciudad, mi respiración profunda y el ruido opaco de los cascos de un caballo.

Directo a mí, a cien metros, venía un carro de ciruja tirado por un tobiano.  Su figura se recortaba por algunas luces lejanas.  Venía por el medio de la calle, igual que lo hacía yo.  Clac, clac, clac... Bajando por Yrigoyen, en medio de la oscuridad.  Clac, clac...  Un carro de madera deslucido y percutido por el tiempo.  Clac... Encima del carro venía un persona parada recta, mirando el horizonte.
Clac...
Era Jesús.

Tengo que confesar que ya se estaba poniendo feo.  Si bien me gusta el surrealismo, también me asusta un poco.  Encontrarme a Jesús un viernes en Nueva Córdoba (frente al Farmacity) no es mi idea de la iluminación (Como el Farmacity tampoco es mi idea del Paraíso, por más luces que les pongan).

Jesús venía parado en la caja del carro, mientras un humilde cochero golpeaba las riendas de un caballo viejo.  A su derecha e izquierda, veían sendos policías de uniforme.  Pienso que uno de ellos cumplía su rol de Buen Policía, y el otro de Mal Policía (¡!). Me divierte la metáfora.

Un Jesús moreno, de treinta y tantos años extendía los brazos tratando de no perder el equilibrio.  Vestía algunas túnicas viejas de colores oscuros y una remera blanca.  Se acomodó la barba ni bien cruzó San Lorenzo.  Tampoco era real.  

Siguió unas cuadras y llegó a las puertas del Obispado.  El grupo de personas que seguía en trance tardó en responder con aplausos.  La Parusía, la promesa de la reencarnación finalmente les había llegado.  El Hijo de Dios volvía para liberar a los creyentes.
Yo no pude ayudar a aquella gente, y salí corriendo.  Quizás, él si pueda.
Ojalá.

Volví al centro de la calle y seguí rumbo a parque.  Con más firmeza que antes.  Con paso seguro sabiendo que más adelante me encontraré al Verdadero.  Quizás a la vuelta de Plaza España.


Moraleja

Aquel Cristo (me enteré después), fue vapuleado, humillado, tirado al piso, azotado... le pusieron una corona de espinas y lo obligaron a cargar la Cruz hasta la Plaza San Martín donde finalmente fue crucificado.  Pidió a Dios que nos perdonara, como todos los años.  Ese es el fin de toda esta pantomima.  Todo esto sucedió frente a una multitud de personas que le aman y le adoran como a un Dios.  No quiero imaginarme lo que le harán al Diablo cuando lo encuentren.

Como todos los años, nadie le ayudó.  Es necesario que alguien pague por nuestras culpas.  Una vez muerto, los fieles volvieron a sus casas felices, con la fe renovada hasta el año siguiente.

También fue una noche feliz para mí.
Bailé descalzo en el pasto, canté, me reí mucho.  Aprendí un poco más del amor y fui libre bajo la luna.

J.-

4.02.2012

La No-Mente


El estudio comparado de religiones nos muestra que hay ciertos principios unificadores en todas ellas.  Principios que son universales en todo el mundo.  La primera, la creencia en la existencia de un dios.  Segundo, la creencia en la existencia de un espíritu divino (o alma).  Tercero, la creencia en que este espíritu se une a Dios después de un trabajo interno.
De esto hablan todas las religiones del mundo, todos los libros sagrados tratan alguno de estos aspectos.  Solo que el modo de plantearlo está muy anclado a las tradiciones locales (y milenarias), contado con metáforas y parábolas que dificultan su comprensión, solamente accesible a personas con cierto poder de abstracción.
¿Y porque es así? Porque para entender a dios, hay que pensar en abstracto... o dicho de otro modo:  no hay que pensarlo.  Lo que le voy a contar, no trate de razonarlo.  Vívalo.

En este ensayo propongo, con una nueva parábola, comprender este proceso al que oriente llama “iluminación”.


El primer hombre

Particularmente no creo en el mito de Adán y Eva, tan difundido por las religiones occidentales.  Digamos, que simpatizo más con Darwin, hasta cierto punto.  El hombre viene del mono, ponele.  Creo que el primer hombre (como entidad pensante) surge dentro de los primeros homínidos, cuando nace en él la pregunta “¿Donde estoy?”, “¿QUIEN SOY?”
Ese primer hombre se sintió solo, hasta aquel momento nunca había sentido tal sensación.  Sus ancestros, los animales, no tenían esa preocupación.  Simplemente seguían sus instintos.  Dormían cuando tenían que dormir, cazaban cuando tenían hambre.  Copulaban porque se sentían “enamorados”.
Ellos estaban en armonía.  Eran felices.
Y el hombre se vio distinto, porque él era infeliz.  Se preguntaba cosas, y trataba de entenderlas.  Aquí surge el hombre como entidad, y con él, el primer sentimiento de incomodidad, de dolencia, de “separatividad”.

El mito de Adán y Eva es una metáfora.  La pareja es desterrada del paraíso cuando prueba del Árbol de Conocimiento.  A partir de ese momento, se verán desnudos, frágiles, temerosos.  Y se separan de la felicidad para conocer el dolor y el sufrimiento.
Conservemos esta idea.


La Mente y el Tiempo

La mente es una herramienta.  Surge en la evolucíon de las especies para ayudarlas a desenvolverse en el entorno.  La mente no es más que una serie de procesos asociativos entre la memoria y la capacidad de proyectar esas experiencias a futuro.  Es, digamos, una especie de “algoritmo” (término usado en programación) para generar “imágenes” a partir de la inserción de ciertos datos.

La mente funciona por “comparatividad”.  Para entender algo tiene que contrastarlo con lo que no es.  Por ejemplo, para saber que una personas es “alta”, debemos ponerla junto a una persona “baja”.  La mente no entiende de similudes, simplemente ve lo “diferente” y determina que una es mayor a la otra, y les pone nombre: alto y bajo.  El don que le da Dios a Adán para nombrar a los animales, es justamente la mente.

Junto con la mente, surge El Tiempo.  Antes de él, los animales vivían en un eterno presente.  No les importaba que día de la semana era, ni si había luna llena o no.  Ni si quiera les importaba el año.  Ni si quiera les importaba que fuera de día o de noche.
El Tiempo (como noción psicológica) surge en el hombre.  Y la mente, en su capacidad dual determina que todo lo vivido es pasado, y lo que vamos a vivir, futuro.


¿Que es la Mente?

Imaginemos un lugar lleno de gente, un bar o un boliche nocturno.  Imaginemos que este lugar es nuestra mente.  En la pista, hay muchas personas con distintas actitudes y comportamientos, que tienen distintos intereses, y hablan de distintas cosas.
Cada una de estás personas es un proyección de nosotros mismos.  En aquel lugar hay músicos, artistas, empresarios y corredores de bolsa.  Padres, madres e hijos.  Futbolistas, carpinteros, filósofos, budistas, cristianos, nudistas, hippes, políticos, licenciados, doctores, enamorados, y un largo etcétera.
Cada persona que conocimos en la vida hizo una proyección dentro de nuestra mente.  Una proyección de nosotros mismos ocupando ese rol.  
Por ejemplo, en este boliche que llamamos mente,  siempre habrá una proyección de nuestros padres (o varias de ellas), diciéndonos que tenemos que hacer y como.  Y habrá también una proyección de nosotros mismos como hijos, discutiendo sus principios, reclamando libertad.
Por cada pensamiento, por cada persona que haz conocido, la mente proyecta una imagen y la enfrenta con su contrario, con su antagonista, con su “complemento”.

Y del mismo modo que en el mundo real, algunas voces se impondrán ante otras gritando, mintiendo o haciéndose daño.  Algunas voces luchan por imponerse tan duramente que producen mucho sufrimiento, en algunos casos, tanto que pueden terminar con la vida de su portador.

¿De que habla toda esta gente en el boliche?.  Hablan de El Tiempo.  De lo que fueron antes, y de lo que quieren ser en el futuro.  Algunos cuentan viejas historias del secundario, otros se jactan de sus estudios en medicina.  Hay quienes relatan sus viajes, sus negocios, sus conquistas amorosas.  Hay otros que sueñan con viajar por el mundo, enamorarse, ser felices.  Pasado y futuro.
Están aquellos viejos amores reclamando un poco más de atención, recordándote una y otra vez tus errores y el sufrimiento que le has producido.  Están tus padres, tan jóvenes como cuando vos eras chico, aún diciéndote lo que tienes que hacer.  Pero también están tus otros padres, los actuales, que te ven como un igual y piden tu consejo.

Esto es la mente.  Ese barullo que hace la gente en los lugares, ese ruido creado por mil voces anónimas.  Esos fragmentos de diálogo que escuchamos porque alguien grita más fuerte, esos son nuestros pensamientos.
En este lugar nacimos.  No conocemos nada más que esto.  Estamos identificados con la mente.  Estamos pagando aún el precio del Conocimiento.  Se nos dió un gran poder y no podemos dominarlo.  Y cada vez, hay más gente dentro de este lugar.

Cuando eramos chicos, en nuestra mente había solo algunas pocas proyecciones.  La de nuestros padres, la de nuestros tíos y quizás algún hermano.  Mientras crecemos, nuevas personas incitarán en nosotros nuevos pensamientos.  Y cada año, con cada nueva escuela, con cada nuevo amor, con cada nuevo trabajo; tendremos más nuevas ideas, nuevos principios, nuevas búsquedas y nuevos objetivos.  Cambiamos.  Nos movemos.  Estamos vivos.


El primer miedo

Recordemos el dolor que sintió el primer hombre al preguntarse “¿Quien soy?”.  Ese dolor a la “separatividad” (que Tolle llama “el cuerpo del dolor”) nunca desapareció, sigue estando presente en nuestra mente como una angustia leve, como un ruido de fondo, como la música triste que suena en el boliche.
Cada uno de nuestros pensamientos, cada una de aquellas proyecciones, va a reaccionar de distinto modo ante ese sentimiento.  Algunas gritarán mas fuerte, otros se darán a los placeres del sexo y de los vicios.  Otros ostentarán riquezas, viajes, amores conquistados.  Otros simplemente se volverán locos y buscarán auto-destruirse.
Porque como he dicho, somos seres infelices.


¿Que es la felicidad?

Hay dos tipos de felicidad: una breve y pasajera, y otra profunda y eterna.

La felicidad breve es la que está asociada a la supresión momentánea de una necesidad.  Volvamos al ejemplo del boliche, imaginemos que en él hay ciertas personas que quieren tener una gran empleo.  Este empleo es necesario para sentirse importante, ya que con él calma momentáneamente ese ruido de fondo que llamamos “separatividad”.  Consigue el empleo, se siente pleno, realizado.  Olvida por un tiempo su miedo.  Comienza a compartir su felicidad con otros pensamientos dentro del boliche.  Es feliz.  Pero después de un tiempo se aburre, vuelve a sentir esa misma incomodidad, y va a desear tener un nuevo empleo, mejor que el actual, para que lo haga nuevamente feliz.  Y con ese deseo, puesto en un futuro incierto, alimenta su propia infelicidad actual.

Grandes infelicidades, van a traer grandes deseos.  Y grandes deseos producen grandes infelicidades.  Está aquel que piensa trabajar toda su vida para disfrutar los pocos años de jubilación.  Están aquellos que quieren casarse para formar una familia y allí encontrar la felicidad.  Están los otros que trabajan por una casa propia, por un premio, por un título, por un mundo mejor.
Siempre proyectamos la felicidad en el futuro.  Y si la felicidad está en futuro, no está en el presente.

A veces, algunos pensamientos toman el control porque son más fuertes.  Pensamientos que están llenos de prejuicios y miedos.  Vivimos sus vidas, los hacemos realidad.  Los transformamos en nuestra personalidad, la que mostramos a los otros.  Los hacemos crecer, y se hacen más fuertes aún.  Entonces destierran a los otros pensamientos, los que se le oponen, y los mandan a los rincones de la pista, a la zona oscura, al “subconsciente”.
Según Freud, estos pensamientos reprimidos en el subconsciente comienzan a sabotear el control, quieren expresarse, y lo harán de modos rebuscados y confusos que dañen a la personalidad.
En la mente, todo es sufrimiento.

Hay otro tipo de felicidad que no tiene que ver con la conquista material y el deseo, es la felicidad libre del tiempo, la Felicidad Eterna.  De esta felicidad hablan todas las religiones del mundo.  Algunas la llaman Nirvana, Dios, el Uno, el Cristo, personalmente me gusta llamarlo Amor.  
Esta felicidad no está dentro del boliche, porque no está dentro de nuestra mente.  Este tipo de felicidad consiste en rechazar la manipulación de la mente y volver a ese estado de armonía que teníamos antes de la “separatividad”, en el paraíso de Adán y Eva.


La No-Mente.  

Dicen las viejas tradiciones, que en este boliche hay una puerta que conduce a otro lado.  No la puerta por la que entran los nuevos pensamientos de nuestra vida en la forma de nuevas proyecciones, esa puerta es solo para lo que entra del exterior.  Hay otra puerta, una puerta oculta, solamente para que nosotros salgamos de allí.
Es difícil encontrar esa puerta, el lugar es oscuro y hay demasiado ruido en él.  Ninguno de los pensamientos cree en ello, están más preocupados en hablar del pasado y el futuro, en las cosas que quieren y las que desean.  Para encontrar la puerta hay que silenciar el lugar, callar a todos los pensamientos, iluminar el boliche y buscarla a “consciencia”.

Hay una serie de pasos a seguir, que están nombrados y practicados por todas las religiones del mundo.  El primero de ellos consiste en el control de la “puerta de entrada”.  Saber que nuevos pensamientos tenemos, que nuevas ideas nos invaden.  Ser consciente de nuestro “movimiento” mental.  Si es difícil acallar un lugar con cientos de personas, imagínese si todo el tiempo entrara gente nueva.  Cerrar la puerta al exterior.
Eso es lo que hacían los yoguis de la india, los Brahmanes, los ermitaños, los druidas, lo monjes enclaustrados.  Aislarse del mundo para poder enfrentar el “ruido” interno.  

El segundo paso es enfrentar cada uno de los pensamientos.  Cada proyección en nuestra mente desea algo, quiere algo en el futuro.  No podemos seguir dándoselo, porque cada vez las tareas son más arduas y los deseos más grandes.  Y ese deseo que crece, muestra la infelicidad actual.  
El único modo de calmar a los pensamientos es mostrándoles que se puede ser feliz en el presente.  Ser ahora, vivir el ahora es la clave de la felicidad.  El Buddha lo llamó “la supresión del deseo”.  Piense sobre ello.

El tercer paso es el control de todos los pensamientos, el silencio absoluto.  Todas las religiones tienen algún rito donde es clave la meditación para conectarnos con nuestro interior.  Para algunas es el rezo, para otras el yoga.  En esta introspección calmada y profunda, intentamos callar los murmullos, mantener el control de la mente y aceptarla como és.  
Cuando logramos esto, escucharemos el ruido de fondo, esa triste música que suena en el lugar.  
Ese es el sentimiento de “separatividad”, que es nuestra propia mente.
Esa es la puerta.

El cuarto paso es enfrentar el miedo a la separatividad, enfrentar al Ego.  El miedo a la muerte.  Este miedo no es un pensamiento, es más bien una angustia.  Se supera con presente (ya que forma parte de la mente) y con aceptación.  La aceptación es gratitud.
La gratitud es la llave.
La puerta se abre.


¿Que hay detrás de la puerta?

No lo sé.  Y quizás casi nadie lo sepa.  Solo algunos iluminados que han podido cruzar esa puerta nos han dejado algunas enseñanzas borrosas.  Allí esta Jesús Cristo, con los brazos abiertos, que nos dice que vayamos hacia él, que él “es” la felicidad.  Junto a la puerta está el Buddha, con una enorme sonrisa, esperando que pase el último de nosotros.
Porque en realidad cualquiera de nosotros puede ser Buddha, cualquiera puede ser Christos.

Ellos dicen que en aquel lugar no hay sufrimiento, no hay dolor.  No hay pasado ni futuro, no hay tiempo.  “El final de los tiempos”, del que hablan todas las religiones, es la iluminación.  Volver al Uno es volver a Dios.  Ser Dios.

Es imposible entenderlo desde los pensamientos.  Nuestra mente dual no puede concebir un pensamiento externo a ella, por eso llamamos a ese lugar la “No-Mente”.

Digamos, para que se entienda, que es una felicidad suprema de bienestar y de amor. Usted, mi querido lector, ya la ha vivido antes.  Solo que no le dió importancia.  Recuerde.


Kenshō

¿Alguna vez observó el amanecer?  Viendo esos hilos de nubes que se desprenden del horizonte, teñidos de ámbar y esos cálidos rayos de sol dando en su rostro.  Recuerde ese momento.  Usted estaba en paz.  No tenía problemas, no importaba lo que hiciera más tarde, solo importaba el presente.  Recuerde ese instante de belleza, ese sentimiento de paz y armonía, de amor.  No había pensamientos, por un momento su mente se silenció y pudo percibir la belleza.
¿Alguna vez caminó bajo la lluvia?.  Sintiendo el agua en sus mejillas, el impacto de cada gota en su cuerpo, el ruido ronco de la lluvia.  Era felíz en aquel momento.  En ese momento estaba presente, consciente de todo lo que sentía.  Estaba en paz, y por eso entendía la belleza.

Son esos momentos “mágicos” en donde por un segundo sentimos la felicidad suprema.  Es una probada del Nirvana, de la iluminación, que se nos da cuando nos olvidamos buscarla.  Es lo que el budismo zen llama “kenshō” (el pequeño satori), un momento de iluminación en que podemos conectarnos con la naturaleza, con Dios.
El Kenshō equivale a tocar la puerta con los dedos, aún no tenemos la llave, pero ya sabemos como encontrarla.
Después de unos minutos (a veces segundos) nuestra mente retoma el control.  Vuelve a producir pensamientos, contradicciones, deseos y miedos.  Volvemos a ser arrastrados por la mente.  

La iluminación, el Paraíso, el Nirvana, el Satori, es ese estado de felicidad que usted ya vivió, pero más intenso y perpetuo.  Eterno.  Vivimos fuera de la mente y la utilizamos a voluntad cuando la necesitamos, como un herramienta.  Entramos y salimos por la puerta, nuestra puerta, y nos nutrimos de los pensamientos más elevados.  Interpretamos el pasado y el futuro, pero no nos obsesionamos con el tiempo.  Ya no hay dolor, el sentimiento de “separatividad” no existe.  No hay ruido de fondo, no hay sufrimiento.

Y siempre queda la puerta abierta para retornar a Dios cuantas veces quieras, hasta que decidas no volver más.


Conclusión:

Creo no contradecir con este ensayo religión o creencia alguna.  Creo que esta parábola describe algo que es común a todas ellas.

En el sentido práctico, no trates de entender o interpretar lo que digo, eso solo alimenta tu mente haciéndola más fuerte.  Si le preguntamos a un pez que es el agua, no sabría que responder; ya que es imposible entender algo sin su opuesto.  No lo pienses, vívelo.

Lo que debes hacer es rodearte de momentos presentes.  Busca tus propios “satoris” en todo lo que hagas.  Busca amaneceres nuevos para ver, lluvias para caminar, campos que correr, gente que abrazar.  Busca la belleza.  La belleza permite que la mente se calme.  Siente la felicidad en cada momento, porque cada momento es único e irrepetible.

Controla tu mente.  Pregúntate que estás pensando, y porqué lo haces.  Toma conciencia de tus pensamientos.  Medita.  Eso facilitará el proceso de acallado de la mente, y tendrás más momentos de felicidad y más intensos.

Suprime el deseo.  La felicidad futura no existe, solo la felicidad presente.  Demuéstrale a tus pensamientos, y a tí mismo, que es así.  Busca una “pequeña” felicidad todos los días.  Esa pequeña felicidad llena mucho más que cualquier promesa futura.

Levántate feliz todos los días, y por la noche, agradece la vida.
Si la iluminación es un deseo, también debe ser acallado.

OM TAT SAT


J.-

3.05.2012

La Mujer que Amo

Escuché una vez que la memoria y los recuerdos tienen un modo muy particular de perdurar en el tiempo.  Ya que la capacidad de la memoria es limitada, los recuerdos buscan fusionarse en en una sola imagen, en una sola persona.
Dicen que allá, por el ocaso de nuestra vida, recordaremos un solo rostro conformado por todas las mujeres que amamos; un solo beso, el más bello de todos, compuesto por todas las bocas besadas; y un sólo amor, por todas las personas que has amado.
Quiero jugar con esta idea.

En este ensayo propongo contarles como es la mujer que amo, la que está compuesta por todos los recuerdos, todas las bocas, todos los ojos.

Creo nunca haber entendido mis sentimientos, hasta ahora.  Mi lucha siempre fue amar a la mujer como ella se merece, como mis padres o la sociedad me habían enseñado.  Pero ahora pienso que el verdadero amor es una acto altruista.  El amor no solo es sexo, y de eso estamos de acuerdo.  Amar al alguien es desearle que sea feliz, sin importar si eres parte de esa felicidad.  A eso me refiero.
Creo haberlo entendido cuando recuerdo cada mujer que conocí en mi vida, cada amante, cada amiga.  Cada una de ellas me enseñó algo, les debo un gracias, y un porqué.
Así que confieso.


LA MUJER QUE AMO.

Amo a todas las mujeres.  Me gustan todas.  Y lo digo en el sentido más puro, más sublime.  Más humano.  Por eso solo pinto mujeres.  Las que conocen mis cuadros, saben que traté de robar su enseñanza y plasmarla en el tiempo, para nunca olvidarme de ellas.  Allí está Perséfone, dudando entre el cielo y el infierno; también la mujer que en sus ojos alberga el infinito; o la diosa que al decir la Palabra más Bella del Mundo, puebla de estrellas la vía láctea.

Amo la mujer sensible que llora sentada en mi sillón, con los ojos en la nada, con su mirada perdida en la linea de un horizonte inexistente.  La amo porque se permite llorar.  Porque se entiende débil.  Porque no le interesa ganar.  Le interesa sentir.

Amo la mujer que dice que me odia, porque no puede decir que me ama.  Histérica, dirán algunos;  infantil, dirán otros.  Solo me busca para herirme, para reírse de mi.  Se que me quiere, y es tímida para decirlo.  Le tiene miedo amor.  ¡¿Que mujer no le tiene miedo al amor?!

Amo la que usa corbata, la que se prueba mis sobreros, la que camina mi casa inquieta, buscando, sacando, tocando... la que gusta de jugar con migo.  Amo la que cuenta sus sentimientos con dibujos de linea, pero se niega a usar colores porque no sabe como enfrentarlos.  La amo cuando pinta paredes con tiza.

Amo la madre soltera, que lleva su vida de malabares.  Demostrándole al mundo lo grandioso que es ser mujer, y la gran responsabilidad que conlleva.  Luchando con monstruos tan grandes, que cualquier hombre huiría.  Y ella está allí, con un amor enorme, haciéndolo cada vez más grande, fortaleciéndose, siendo la Gran Mujer que todo hombre espera y la Gran Madre que siempre fue.

Amo la mujer segura en apariencia, que tiembla cuando imagina el futuro de los años.  Contando las canas, maldiciendo cada nueva arruga.  Ella camina el tiempo con la frente en alto, mirando al mundo con ojos de quinceañera.  Sorprendiéndose en cada nuevo amor.  Sintiéndolo como mariposas en el estómago, como cuando tenía quince años.

Amo la mujer que odia su cuerpo, porque la sociedad le enseñó a odiarlo. Se castiga con dietas paupérrimas y largas torturas en la bicicleta fija.  La amo porque es hermosa.  Porque sonríe cuando la veo... y sin embargo la veo porque irradia luz dorada.  Cuando me abraza, me hace sentir en casa.

Amo la Mujer más Hermosa.  Aquella que mira al mundo desde el calabozo de una torre.  Peinando su cabello con sus dedos, mirando la horda de hombres que tratan de subir la muralla para rescatarla del dragón.  Te digo princesa que ningún hombre va a liberarte de ese encierro.  El dragón no está allí para cuidarte de los hombres, sino para no dejarte salir.  Ese dragón es solo tuyo.  Te amo, y debo haberlo dicho de mil modos.  Quiero que salgas y lo enfrentes, porque cuando lo hagas vas a encontrar la libertad que tanto buscas.  Y porque te amo, quiero que seas libre.

Amo la mujer que baila ante las personas, sin importar el lugar, sin importar las miradas.  Juega con su cuerpo como una niña.  Sonriendo feliz en cada nuevo paso de baile.  Pero más amo la mujer que baila sola en su casa, sensual frente al espejo.  Ella es libre, ella ama su cuerpo.  La amo aunque no me invite a bailar.  Brilla como un sol.

Amo la mujer caprichosa.  No hay nada que me seduzca más.  La amo porque sabe lo que quiere... y... no lo sabe.  Porque me acerca y me rechaza.  La amo porque es un misterio, una sorpresa todos los días... ella es el azar.  Ella convierte cada minuto en magia.

Amo la niña eterna.  La que corre palomas en las plazas.  La que come chupetines de frutilla.  La que se pinta bigotes en Halloween.  La amo porque sabe que lo más bello del camino es distraerse con las flores y buscar conejos blancos en las nubes.  La amo porque es Alicia.  Porque me recuerda lo lindo y bello que es vivir.

Amo la mujer que tiene miedo al amor.  Miedo al compromiso.  Miedo a tener hijos.  La amo porque quiero darle coraje.  Ella no sabe que va a vivir lo más bello de ser mujer: el amor y la familia.

Amo la mujer independiente, la que es más fuerte y segura que yo.  De ella aprendo a no bajar los brazos, a pelear cuando todo parece perdido.  Pero más la amo cuando cae del caballo y se reconoce débil.  Porque puedo ayudarla, curarla y mostrarle todo lo que me enseñó y todo lo que aprendo junto a ella.
Ella combate contra molinos de viento, yo soy su escudero fiel.

Amo a todas las mujeres, lo he dicho.  Amo a mi madre, que me enseñó el valor que debe tener una mujer, la resposabilidad y el sacrificio para serlo.

Amo la mujer rencorosa y vengativa.  La que sufrió a mi lado y hoy quiere verme sufrir.  No quise hacerte daño.  Nunca entendí las reglas del amor.  O quizás, utilizo otras distintas.  Cada beso me fortalece, cada cachetada me enseña.  Siempre vas a recibir amor, es el modo que tengo de devolverte de a poco lo mucho que me has dado.

Amo la mujer desconocida.  La que nunca vino a mi casa, la que nunca me dio su teléfono.  La que nunca me dio bola.  Porque ella me enseñó a mostrarme, a buscarla.  Ella me enseñó a pintar, a tocar la guitarra, a bailar... a expresarme.

Todos los hombres amamos a las mujeres.  Solo que nuestro modo de amar es muy distinto.  Así lo dijo John Gray, como seres de “distintos planetas”, y vendió miles de ejemplares en el mundo.  El amor es difícil porque, muchas veces, está teñido de miedos, inseguridades, prejuicios y sentimientos de posesión.


LA RELACIÓN PLENA:

Un hombre no puede vivir sin una mujer.  Y creánme, una mujer no puede vivir sin un hombre.  Porque ambos fuimos hecho para estar juntos.  Cada sexo tiene lo que al otro le falta y lo complementa.  Pero se tienen que dar una serie de requisitos (o pasos), para que esta relación sea plena: verdad, confianza y libertad.


La verdad (la relación con una misma):

Ser verdadero es ser consecuente entre el adentro y el afuera.  Todo lo que pasa de la piel para adentro, todos nuestros sentimientos, deben expresarse en nuestras relaciones.  Si queremos a alguien tenemos que decírselo; si tenemos ganas de darle un abrazo, se lo damos; si no nos gusta algo, lo decimos.
Para ser verdadero, hay que conocer nuestros sentimientos.  Todos ellos, los buenos y los malos.  Descubriremos que somos contradictorios, complejos y hasta bipolares.  Está bien, todos somos así.  Forma parte de nuestra naturaleza.  Quien se mantenga en sus pensamientos y acciones inmutablemente, es una persona triste.

La mujer ha sido maltratada durante toda la humanidad.  Desde hace siglos, las sociedades machistas, han atacado, humillado y matado todo lo que no conocen, lo que no entienden.  Así son los hombres.  Tienen que plantear divisiones, bandos opuestos.  Esa es su naturaleza.  Y lo que nunca podrán entender; es a la mujer.
Y así, ella se convirtió en virgen o puta, santa o bruja... tonta, histérica, llorona... o Señora del Señor X.
Algunas se lo creyeron y empezaron a odiar ser mujer.  Y comenzaron a trabajar junto a los hombres, competir con ellos, tener una carrera profesional exitosa, y viajar por el mundo... solas.  Y así, se convirtieron en hombres.
La mujer que reniega de ese camino para seguir siendo mujer, va a ver socavada su autoestima por una sociedad elitista, superficial, que se preocupa por la cantidad y no por lo sentimientos.
Es muy difícil ser mujer en esta época.  Pero se puede.

Tienes que jugar con tu niña interior; aceptar las ciclotimia del corazón y de la luna; tienes que dejar de preocuparte por lo que los demás quieren de ti; exige lo que quieras, en el momento que lo quieras.  No importa que los hombres piensen que sos caprichosa, eso nos gusta. Se la mujer que quieras ser.  Exige que te quieran, como sos.
Tienes que llorar, hasta que el alma duela.  Allí verás el dolor cara a cara, y aprenderás de él, eres la única capaz de hacerlo.  Los hombres le escapan al dolor en todas sus formas.
Eres el eslabón que la humanidad mantiene con la naturaleza.  Eres sensible a un mundo inaccesible a los varones.  Tienes la capacidad de dar a luz, y vivir el amor más profundo, el que una madre tiene por sus hijos.

Pero en esta búsqueda interior, el mayor obstáculo que tendrás es la relación con tu padre.  Siempre va a estar allí, porque siempre lo estuvo.  
Proyectarás todo lo que lo deseas en tu pareja, todo lo que has necesitado en tu niñez, se lo demandarás a tu hombre.  La relación que hayan tenidos tus padres, será el referente que tendrás gran parte de tu vida.  No importa el nombre que le haya puesto Freud.  Para mí es una mochila que cada mujer lleva.
Si tuviste un buen padre, buscaras hombres buenos.  Pero ellos nunca serán lo suficiente para tí.  Si tuviste un mal padre, siempre reclamarás a tu hombre por más atención y afecto.
Ningún hombre se puede hacer cargo de lo que no le pertenece.
Solo podemos esperar, comprender, escuchar cientos de veces las mismas historias, hasta que descubras, tu sola, como solucionarlas.  No podemos hacer otra cosa.

La respuesta está en no deberle nada a nadie.  No le debes nada a tu padre, y él no te debe nada a ti.  No importa si lo amas o lo odias.  No lo quieras solamente porque es tu padre, quiérelo por lo que es como persona.  No lo odies por su vida o por lo que haya hecho a tu madre, céntrate solamente en lo que tú aprendiste de él.
Olvida que es tu padre.


La confianza (la relación con tu pareja y el entorno):

La confianza solo puede darse en personas verdaderas.  Una relación plena no está compuesta de “dos medias naranjas”, sino de dos naranjas completas y llenas de jugo dulce.
El hombre necesita de la mujer para justificar su vida.  Sin ella, nada de lo que haría tendría sentido.  La mujer es la razón por la que el hombre crea, pelea, compite y conquista.
Pero los hombres muchas veces no entienden esto porque son demasiado “sociales”.  Les preocupa que piensan sus amigos, su entorno.  Cada mujer que conquistan es un premio para galardonarse, cada beso robado es una línea de cocaína.  La mujer objeto domina las pantallas y las tapas de revista.  La mujer superficial es el objeto de venta del siglo XXI.

El mayor dolor que la mujer se produce es creer que esos preceptos son correctos.  Pensar que la belleza está en el cuerpo, hace que toda la preocupación de ella esté asociada a la mirada externa.  Se olvida que lo más bello que tiene una mujer, es lo que tiene para decir, para hacer, para dar.

El hombre no tiene que proyectar miedos a la mujer.  El hombre que no se sienta seguro de sí mismo (y de lo que tiene para compartir), te pedirá que saques las fotos de tu ex del Facebook, que no uses minifaldas muy cortas, que no tengas amigos varones, que no salgas a bailar con amigas.  Eso no es amor.  No te hagas cargo de su inseguridad.

El hombre necesitado de amor te llamará todos los días, te suplicará, te hará regalos.  Hará un álbum con vuestras fotos, no podrá despegarse de tí.  Pintará cuadros y tocará canciones de los Beatles.  No te confundas, eso tampoco es amor.  Es miedo a sentirse solo.

El hombre que te ama, te ama por lo que eres.  No corta tus alas, no critica tus gustos.  Él quiere que explores, que juegues, que sientas, que bailes, que salgas, que viajes, que vivas, que aprendas... que seas mujer.  El hombre que te ama no busca amor para él, sino que te ames a vos misma.

El hombre tiene que aprender a controlar sus ganas de controlarlo todo.  No podemos ayudar a las mujeres, solo podemos darle un espacio de respeto y atención, para que ellas se encuentren así mismas.  Y seguirlas, como fiel escudero, aunque creas que el camino es erróneo.


La libertad (el desapego):

Que dos personas estén juntas no quiere decir que van a estarlo toda su vida.  Tampoco quiere decir que se amen con locura.  Solo quiere decir que están juntas, solo eso.  Que caminan juntas, aprendiendo la una de la otra para usarlo en sí mismas.  Que encuentran en el otro un reflejo del amor que tienen para dar, y así recibir.  Que tienen un compañero en el camino, que le hará mas bello sus días y más reconfortante las noches.  Un IGUAL.

Pero para entender la libertad, tenemos que entender que es más importante el camino individual, que los mandatos familiares, lo prejuicios sociales e incluso la pareja que tenemos al lado.  Cada uno tiene que seguir su camino y tenerlo claro en cada instante.  No podemos desviar nuestro rumbo por una persona que no va en la dirección que queremos.
Así como ahora estamos juntos, alguna vez vamos a dejar de estarlo.
Y esto es lo que hace tan bello al amor.

El amante posesivo siempre vive con miedo. Teme que alguna vez su amor lo abandone, teme seguir parte del camino solo.  Entonces creará leyes y rituales (muchas veces benditos por Dios), para sentir una garantía del amor recíproco y eterno.  Y cuando se sienta seguro, cuando ya no tenga que pelear por él, lo dejará morir como una flor que nadie riega.  Pero el amante posesivo, va a estar seguro y tranquilo.

Los amantes libres, en cambio, saben que cualquier día puede ser el último.  Entonces lo dan todo, porque ya no tienen miedo.  Llegan a cada esquina, se miran y se prometen amor una cuadra más.  Porque en realidad, el amor se elige todos los días.
Y cuando uno de ellos tenga que irse, se separarán.  Orgullosos el uno del otro, contentos por lo que cada uno aprendió.  


Entonces...

Los amantes verdaderos, se preocupan en seguir y conocer sus sentimientos más profundos.  En tenerlos claro y ser capaces de conocer su propio camino.
La confianza que cada uno tiene en el otro, los hace entender y perdonar lo errores. Es tener un escudero que estará a tu lado, cada vez que tengas que enfrentarte con tus propios monstruos.
Los amantes libres, saben que a veces tienen que separarse, porque hay partes del camino que solo se transitan de a uno.


Conclusión:

Mientras escribo esto, imagino la mujer que amo, aquella conformada por todas mis historias y todos mis recuerdos.
Las mujeres reales, las que lean este texto, se sentirán más o menos identificadas, porque creo que lo que he dicho es común a todas las ellas.

A aquellas con las que he transitado parte del camino, le agradezco lo que me dieron.  Y por eso lo escribo.  Quise amarlas de este modo, con algunos aciertos, pero más aprendí de los errores.
A las que no saben quien suscribe detrás de estas líneas, sepan que solo soy un soñador.  Un idealista que cree que Dios es mujer.


J.-

1.23.2012

¿Que es la Iglesia?

En este ensayo propongo aclarar la idea que tenemos de la iglesia Romana: sus creencias, sus ritos, las bases de su fe, en realidad existía mucho antes de nuestra era, mucho antes que Cristo apareciera en este mundo.  La Iglesia Cristiana Apostólica Romana, no tiene nada que ver con Cristo.

Iglesia y Estado

En la antigüedad, digamos por ejemplo miles de años antes de nuestra era, en la cuenca del Egipto, el gobierno del pueblo estaba unificado en una sola figura (y un grupo de asistentes).  Las leyes eran dictadas por aquel representante de dios en la tierra quien era la cara visible de este grupo, en este caso: el faraón.  La sentencias que hacía dicho gobernante, siempre tenían un carácter divino.  De la salud del faraón dependía el bienestar del pueblo; de su estado de ánimo, la vida de sus subordinados.
No existía la división entre Iglesia y Estado.  Y no existía, porque había un único gobierno y una única creencia.  La división entre Iglesia y estado, es una característica romana.  Y fue adoptada por una decisión estratégica.  

Roma (al igual que todos los imperios), se expandió en todas direcciones y a cada paso se encontraba distintos pueblos, con distinta cultura y lenguaje.  Eran pueblos pequeños, debilitados por las constantes guerras que entablaban con otros pueblos.  Roma podía dominarlos fácilmente, o como sucedía la mayor parte de las veces, estos pueblos voluntariamente se dejaban gobernar por Roma.  Formar parte de un imperio, tenía muchas ventajas, entre ellas: los caminos y el comercio.

“Todos los caminos conducen a Roma”, dice el provervio.  Y es así, porque en realidad todo imperio necesita una vasta red de caminos (en forma de abanico) que comuniquen todas las provincias con la ciudad central.  Esto favorecía enormemente el intercambio de mercaderías, pero más aún el intercambio de culturas, de lenguas y de dioses.

Roma se estaba convirtiendo en un ciudad multicultural.  Muchos extranjeros se establecían en sus calles, llevando su cultura, sus ritos y su familia.  Poco a poco, los nuevos dioses fueron tomando más adeptos en la ciudad.  
Y por esta razón, el nombrado poder “faraónico” tuvo que separarse.  Había muchos dioses y muchas creencias, tenían diferentes visiones sobre los mismos aspectos sociales y era imposible gobernar con falta de concenso.  Entonces se decretó la libertad de culto, el politeísmo.  Cada persona podía adorar a su dios del modo que le antojara, obvio, sin contradecir el poder civil que seguía siendo el regulador del comercio.

Aquel tiempo vio el auge de las religiones.  Roma adoraba cada dios nuevo y extravagante que conocía.  Adoptaba vagamente sus ritos y comenzaba a darles ofrendas.  Había un dios para cada día del año, e incluso un día para el dios desconocido, que por miedo a su ira, también tenía que ser adorado.


La Iglesia Romana

¿Y como ve el Estado este auge? El Estado está formado por personas, y las personas deben creer en algo.  El poder civil necesita cierto aval divino en sus acciones; esto le otorga una mejor imagen ante el vulgo y trascendencia en sus actos.  Lo apoya una iglesia en particular, la más fuerte de todas, cercana al gobierno y al cesar: la Iglesia Romana.  Un grupo de personas que administra las creencias del Estado, sus ritos y el valor religioso de sus actos.  Esta Iglesia ganará muchos adeptos ya que sabe entender los gustos del vulgo, y funciona como intermediario entre el Gobernante y su pueblo.
Su misión, es mantener al pueblo contento, brindándole respuestas metafísicas que lo dejen más o menos tranquilo.  Dándoles rituales para que se sientan en armonía con Dios.
El Dios santificado, su imagen, los ritos de aquel dios y sus mandamientos, van a cambiar de acuerdo a las necesidades y el uso estratégico de los “dioses de moda”.

Dicho de otra manera, la Iglesia va a utilizar fragmentos o creencias de diversas culturas, para construir una única religión unificadora y popular.  El nombre de esta religión y los dioses santificados van a cambiar mientras dure su expansión como imperio.


Zeus

Grecia fue quizás, por su cercanía, el primer pueblo “abducido” por Roma.  Sus dioses presentaban todas las características humanas, las virtudes y los defectos.  Era un buen modo de transmitir valores a las nuevas generaciones, a través del relato de fábulas y mitos.

Roma era la ciudad más importante de su época, y pretendía gobernar todos los pueblos aledaños.  Y por esta razón, rápidamente se identificó con la mayor figura del olimpo:  Zeus, quien era la divinidad suprema.  Vestido de túnica blanca y larga barba, estaba sentado en un trono de oro rodeado de nubes.  Desde el cielo observaba todo lo que hacían los hombres.  Estaba en todas partes, y lo sabía todo.  Los premiaba o castigaba de acuerdo a su juicio.  Metafóricamente, el rol que pretendía ocupar Roma.
El nombre de este dios, se latinizó cono Deus, derivando en la palabra Dios que usamos en nuestros días.
Zeus, además de su omnipotencia y omnipresencia, tenía ciertos caprichos que parecían humanos; cada tanto, bajaba de los cielos para fecundar alguna joven.
Estas mujeres humanas, que tenían relaciones con el dios, eran consideradas benditas.  Muchas de ellas (o casi todas) daban hermosos hijos semi-divinos.  Osea, que siendo humanos por fuera, eran dioses por dentro: hijos de Dios.
El más famoso de ellos fue Hércules (Heracles para los griegos).  Hijo del dios con una mujer humana, su vida fue colmada de viscisitudes y metáforas.  Quizás las más sorprendente de ellas fue su descenso al infierno (inframundo) para pelear con el hermano maldito del dios (Hades) y volver al mundo de los vivos al tercer día.


Osiris

Era el dios egipcio de la fertilidad y la resurrección.  Era el jefe de la tríada Osiriaca, formada por su mujer Isis y su hijo Horus. El mito de Osiris introduce en la religión las nuevas ideas del bien y del mal. Osiris, es asesinado por su hermano Seth, quien lo arroja al Nilo, en donde lo encontrará Isis, quien le devuelve la vida. Con esa resurrección se establece el triunfo del bien sobre el mal.  Muere como hombre pero resucita como inmortal gracias a Thot.
Osiris preside el tribunal celestial que dictaminará la suerte de los muertos.  
Osiris también es el dios del vino, ya que fue el primero que hizo trepar la vid por una estaca y pisó los racimos.
Roma, amaba el vino.


Dionisio

Roma era una ciudad cosmopolita, todo lo nuevo la seducía.  Y su gente no tardó en darse a la diversión, los bailes, el alcohol y las orgías.  Rápidamente se divulgó la veneración a un nuevo dios que venía de Grecia, que al igual que Hércules, también era hijo de Zeus con una humana.  Era un dios joven, amante del vino y las mujeres hermosas.  Era el dios ideal para la Roma de aquellos tiempos.
Dioniso (como su nombre lo indica, hijo de Dios), tomó en Roma el nombre de Baco, dios del vino.  Junto a él, se organizaron las bacanales: fiestas orgiásticas, destinadas en un comienzo a las mujeres, y tiempo después, permitieron la incorporación de hombres.
Hacia el año doscientos antes de Cristo el senado prohibe estas fiestas, pero sus creencias ya habían prendido dentro de la cultura popular.  Especialmente una, el episodio donde convierte seis vasijas de agua... en vino.
También un rito en especial llegó a nuestros días.  En los templos dedicados a Baco, sus sacerdotes santificaban el vino, vertiéndolo en un copa y elevándola al cielo.  De ese modo creían que se incoporaba en él el espiritu santo.  Lo mismo hacían con el pan, para luego comerlo entre los presentes como gesto de común-unión.  


Mitras

El mistraísmo llegó a Roma, más o menos a comienzos de nuestra era.  Oriundo de Asia Menor, más precisamente del desierto de Irán, su religión se va a basar en el zoroatrísmo, doctrina que profesa el amor.
Esta religión también tenía sus templos: los mitreos.  Especie de iglesias actuales con capacidad para unas docenas de personas.  De forma rectangular y alargada, sus paredes estaban decoradas con pinturas de diversos momentos del mito.  Al final del recinto, estaba el altar con la figura del dios en relieve.
Mitras es un dios solar, osea que su vida es una metáfora del sol.  La fiesta más importante que tiene esta religión es el nacimiento del dios de su madre humana, que se festeja cada 25 de diciembre para el solsticio de verano.
Además, los seguidores de Mitras, santificaban también el domingo (como lo hacían todas las religiones).  Lo llamaban: el día del sol.  

El mistraísmo fue la religión más fuerte que había lo grado “formar” la Iglesia Romana.  El pueblo estaba contento y esta religión le satisfacía metafísicamente.  Tenía suficientes fiestas religiosas, y algunas paganas (como las pascua).  Y además, sus creencias no exigían grandes sacrificios.
Fue la mayor religión hasta el siglo III, en que una nueva figura obligaría a cambiar la teología y la política romana.


Jesús Cristo

Entonces... ya tenemos un dios omnipotente e iracundo, vestido con larga túnica blanca.  Que baja un día al desierto y embaraza a una mujer.  La mujer bendita, tiene un hijo varón que nace el 25 de Diciembre.  Hijo de dios, un ser semi-divino, con poderes que sobrepasan el entendimiento humano.  Capaz de convertir el agua en vino, y santificarlo.  Que bajó a los infiernos durante tres días y volvió a dejar enseñanzas a sus seguidores.  Un dios que hablaba del amor, del bien y del mal.

Pero un nuevo credo surgió entre los soldados romanos, la adoración a un nazareno que había muerto crucificado en el desierto.
La idea de Cristo como Redentor pertenece al tema mundialmente difundido y precristiano del héroe y libertador, quien vuelve a aparecer milagrosamente después de que todos pensaban que había muerto.  Hercules y Osiris forman parte de este mito.  Cuando y dónde se originó, nadie lo sabe.
Pero gracias a que este mito era muy popular, el cristianismo rápidamente ganó numerosos adeptos, especialmente entre los soldados romanos, quienes ejercieron una participación religiosa activa y muchas veces violenta.  
Los “soldados de cristo”, nombre que adoptaron como fraternidad, destruían los templos de otras religiones, mataban a sus sacerdotes y quemaban las casas de quien se les opusiera.

La iglesia tenía que calmar esta ola de violencia y comienza a negociar con sus representantes, pero sus exigencias eran muy ambiciosas.  Los cristianos reclamaban la prohibición de todas las religiones existentes por considerarlas paganas, quedando como única religión oficial el cristianismo.
La iglesia no quería ceder.  Los hechos de violencia aumentaron.  Según algunos historiadores, el incendio de Roma no fue causado por Nerón, sino por aquellos fanáticos religiosos.

El emperador Constantino el Grande, quien acababa de imponer el dominio sobre la totalidad del imperio romano, tuvo que intervenir en la revuelta.  Convocó a todos los obispos cristianos del imperio para establecer la paz religiosa y contribuir con la unidad de la Iglesia cristiana.  Se conoce esta reunión como el Concilio de Nicea, realizado en Asia Menor en el año 325.
Constantino simpatizaba con el cristianismo, por inclinaciones personales y también políticas: donde hay un solo rey, debe haber un solo dios.
Pero al mismo tiempo había que conformar al resto del pueblo.  Podían quitarles su dios, pero no podían cambiar sus ritos, sus creencias y sus festividades a las que ya estaban acostumbrados.
Y así sucedió.
Fué un cambio de bandera, pero no de creencias.


Conclusión

Así surge la Iglesia Cristiana, que mantendrá el control del “bienestar” espiritual del pueblo durante quince siglos.  Para mantener este control, adaptará nuevas creencias y ritos, y los impondrá como doctrina.  Adoptará la confesión para conocer los secretos del pueblo y sus gobernantes.  Inventará el purgatorio para justificar la venta de indulgencias.  Creará la Inquisición para anular los focos de insurrección y las desviaciones heréticas.  Declarará la guerra al oriente para mantener su poderío territorial.

Todo lo que conforma la religión cristiana, no es más que un conjunto de mitos precristianos teñidos por manipulaciones políticas.

Las verdaderas enseñanzas de Jesús, la que legó a sus discípulos más fieles, se perdieron en el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el siglo III.
De las palabras de Jesús no queda nada, incluso dentro del cristianismo.


J.-