12.12.2011

El miedo al sexo dentro la Iglesia.


Leyendo e investigando un poco sobre el estudio comparado de religiones, vino a mi sorpresa que muchos principios de la cristiandad, principios que son las bases de dicha religión, son contradicciones en esencia y hasta difíciles de explicar por sus propios teólogos.   En este ensayo propongo describir la particular mirada que del sexo tiene la Iglesia cristiana, y tratar, en la medida de lo posible, de entender sus motivaciones.

Una aclaración, este texto puede resultar ofensivo para las personas más creyentes, ya que trata sobre un un tema tabú dentro del cristianismo.  Mi postura, como librepensador, siempre fue atea.  Os sugiero no sigáis, si creéis que vuestra fe puede ser mancillada.


La virginidad

Las solteronas, siempre tuvieron una excepcional simpatía entre los católicos.  Ellas se mantienen puras y alegres, jamás han conocido los horrores envilecidos del sexo, el desvirgamiento o el parto.
Esto es así, ya que la gloria pareció estar prometida en un principio, y quizás siempre, a los hombres y mujeres que permaneciesen vírgenes.  Es el caso de María.  Es el caso de Jesús.  Era casto.  También lo era Juan el Bautista.  Ni tampoco se le conoce mujer alguna a los apóstoles.
Jesús decía: “...Y los hay que se hicieron eunucos a sí mismos por amor al reino de los cielos” (Mt 19,12).  Algunos de los primeros cristianos, como Orígenes, tomaron literalmente esta afirmación y llegaron al extremo de castrarse así mismos.
El cristianismo, en sus comienzos, odia el sexo.
Este amor a la virginidad, marcará su doctrina hasta nuestros días.

La virginidad era un ideal, pero un ideal que era difícil de proponer... por razones maltusianas.  Así que pronto consideraron el matrimonio como el único marco legítimo en que la concupiscencia (búsqueda del goce) podía apagarse, pero solamente para traer hijos al mundo.  
“Hombre, tu eres el amo, la mujer es tu esclava, Diós lo quiso así” aconsejaba San Agustín.  
El casamiento era un ritual muy importante dentro del judaísmo, Jesús lo valoraba y respetaba en sus palabras.  Pero los primeros cristianos, odiaban el casamiento.  Era en sí un modo de avalar el deseo y la unión carnal.  Se manifestaron en su contra, quisieron abolirlo, pero al ser una tradición muy divulgada socialmente, terminaron por aceptarlo dentro de un marco “legal” y con ciertas condiciones.
Como he dicho, sólo se aceptaba el sexo para la procreación.  Incluso, estaba mal visto disfrutarlo.
Todo aquel que se daba al sexo porque se había enamorado o porque buscaba el placer físico se encaminaba a paso ligero a la condenación. Esta actitud sombría condujo finalmente a que la Iglesia legislara sobre los detalles más íntimos de la vida conyugal.  En 1215, el clérigo Johannes Teutonicus fue el primero en anunciar que solo había una postura natural en el coito (lo que hoy llamamos postura del misionero).  Esta postura deja claro la supremacía del hombre, sobre la mujer.  Intentar cualquier otra postura (desde atrás, lateral, sentados, de a pié o anal) era pecado mortal.  Incluso, el coitus interruptus, el método de retirada que frustraba la procreación, tenía penitencias de entre dos y diez años

Estas ideas, en las que se justifica el matrimonio y el acto amoroso solamente por y para la procreación, se convirtieron rápidamente en las de la Iglesia cristiana por entero y lo seguirían siendo durante quince siglos, hasta el primer tercio del siglo XX.

Por la misma época, para desacreditar esta “oleada” de casamientos, la iglesia desarrolló el culto a María, que se manifestó con la multiplicación de sus imágenes en las iglesias a partir del siglo XIII.  Desde un principio se destacó la virginidad de María como un valor (incluso más fuerte que el de ser madre).  Pero esta imagen propuesta tiene una gran contradicción: el modelo que se proponía a las mujeres demasiado humanas resultaba inimitable, inalcanzable.  O conservaban la virginidad, o tenían hijos... de cualquier modo se alejaban del modelo virginal de María.  Las madres debían sentir que sus vidas eran un fracaso.

Con esta imagen propuesta, las mujeres normales y corrientes quedaban cada vez más lejos de la perfección.  Incluso, la idealización de María con el dogma de la Inmaculada Concepción (1854) y el dogma de la Asunción de la Vírgen (1950), solo la alejan más de lo que cualquier ser humano puede aspirar a ser.

Otra gran contradicción resultaron ser los matrimonios no consumados, que durante quince siglos fué el modelo a seguir.  Incluso, los besos entre esposos (y ni decir las caricias), fueron mal vistos hasta mediados de siglo XX.


La misoginia

He dicho que Jesús era casto, como Juan y los otros doce discípulos.  Pero había una María de Mágdala, que representaba todo lo malo: era prostituta.  Y peor aún, lo dicen los evangelios, pasaba mucho tiempo con Jesús.
Jesús siempre estuvo rodeado de mujeres.  Y su actitud para con ellas fué tan innovadora que escandalizaba incluso a sus discípulos (Jn 4,27).
Estas mujeres, más creyentes o más pacientes que los hombres, acompañan a Jesús en el día de su martirio final, se quedan frente a la cruz esperando su muerte, y pasan tres días delante del sepulcro.  Incluso, cuando Jesús resucita, lo primero que hace es aparecerse a María Magdalena.
¿Porque entonces tanto antifeminismo?
La culpa la tiene el antiguo testamento, en particular el génesis.  Para el antiguo judaísmo, la mujer es una “ayuda” del hombre.  Fue hecha de su costilla porque ningún animal le convenía.  Es más, la mujer judía es un personaje secundario y culpable. Ya que ambos fueron echados del paraíso por su culpa.  Y Dios dijo “Parirás con dolor los hijos.  Y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará” (Gn 3, 1-23). ¿Hay acaso afirmación más misógina?.
La más castigada fué Eva, porque era la más culpable.  El hecho de ser madre no fué un honor para la mujer, sino, la consecuencia directa de un pecado original, su pecado.  Eva y sus hijas serán, para la eternidad, unas seductoras, unas pecadoras.

Alberto Magno y Tomás de Aquino, repetían hasta la saciedad que la mujer es, más o menos, un fracaso de la creación.  Se fundamentaban en que la complexión física es menor, más proclive a enfermedades y contagios.  “Endeble y defectuoso” decía santo Tomás.
De esta debilidad se deducía que la mujer debe ser guiada, dominada.  La severidad estaba justificada y era necesaria. “Por eso debe corregirla eficazmente, y recurrir así a los golpes cuando las palabras sean inútiles” (Pontas, París 1847).

Pero lo que más le daba miedo a los hombres era la menstruación.
La mujer en regla era una especie de paria de la que convenía alejarse.  Era impura. No podían comulgar, ni permanecer en las cercanías de una iglesia, ni su marido la podía tocar.  La regla, para esos hombres que aún eran paganos, era un atributo de la diosa Luna.  La luna era la noche, la noche era la sombra, lo malo.  Y rápidamente se identificó a la mujer con la brujería.
Por ende, la regla también era veneno.  La expulsión mensual de venenos no podía sino señalar, en el interior, un individuo malo, pernicioso.  Esos flujos inmundos no son más que el espejo de un alma inmunda y pecadora, decía el clero.

Y por si fueran poco las molestias causadas por la propia naturaleza, además, la mujer tiene que seguir trayendo hijos al mundo con dolor.  Basta recordar las protestas de los medios cristianos contra los primeros partos sin dolor durante el siglo XX.


La gran contradicción

La gran contradicción, que no logro entender, es que estando el cristianismo basado en las enseñanzas del hijo de dios, mensajero del amor...  todas sus enseñanzas son basadas en el amor.  Lo más extraño es que consideren al sexo como el engaño, la mentira, el pecado... sabiendo que el sexo puede ser la mayor manifestación de amor posible, donde dos personas son una misma carne, tal como lo decía Jesús.
Y en este desprecio, la mujer es vapuleada, insultada, tratada como un objeto, porque justamente representa al sexo, la lascivia, la lujuria.  Por ello, desde la Iglesia, se busca combatir los deseos sexuales.  Porque en realidad es un modo de combatir contra la propia mujer.
Otras religiones (como el islam, o el hinduísmo), proponen un sexo sano y, porque no, polígamo.  El Tantra, por ejemplo, busca la conección con lo superior a través del sexo y el manejo de las energía vitales.  Para el Tantra, es un modo de llegar a dios.
Y es así porque el sexo te hace sentir vivo, feliz, pleno.  Una aproximación a la genuina felicidad.  Por un momento formás parte de algo superior, sos parte del todo.

Este es el punto más flaco dentro del cristianismo, el no permitir una sexualidad plena y sin culpa.  Podemos entender que los intereses fueron muchos a lo largo de la vasta historia de la Iglesia (el control social a través de la confesión, el pecado, la culpa, etc.), pero esa visión persiste hoy en nuestros días.

Una sexualidad plena, es un derecho de cualquier ser humano sea hombre o mujer.


Conclusión

Este ensayo proponía entender el porque de está contradicción, y sólo se me ocurre una respuesta:
Jesús, figura principal del cristianismo, era casto (o por lo menos eso dicen los evangelios).  Pero esta castidad, solo es cristiana.  Mahoma, fundador y gran figura del Islam, estaba casado y tenía hijos.  Moisés, dentro del judaísmo, estaba casado y tenía hijos.  El propio Buddha, Siddhartha Gautamá, estaba casado y tenía hijos.  Lao-Tsé, fundador del taoísmo, estaba casado y tenía hijos.  Confucio, también lo era y tenía hijos.  Pero Jesús era casto, al igual que todos sus discípulos y los discípulos de sus discípulos, durante veinte siglos.  Una larga cadena de sacerdotes, curas, arzobispos y papas... todos castos.  Todos hombres.

¿Porqué?.  Simple, porque esta religión fue escrita, corregida y aumentada, por hombres (varones) que le tienen un miedo horrible a la mujer y más aún al sexo.  Como un adolescente que tiene miedo de sus instintos, y lo que hace es reprimirlos.  Justificando de mil formas posibles esa “elección”, con el único fin de no enfrentarse con sus más terribles miedos.

Y lo peor es que los miedos se enseñan, se inculcan, se transmiten de generación en generación.  Disimulados como valores, pero llenando el alma cada vez de más miedo.

J.-
Fuente: "Las cuatro mujeres de Dios" (Guy Bechtel) Post Relacionados: El Origen de las religiones: http://borgessobreelbidet.blogspot.com/2011/05/el-origen-de-las-religiones.html