5.04.2011

El Origen de las Religiones


Si bien he planteado anteriormente algunas observaciones desde la Comparación de Religiones, en este caso me quiero abocar a una opinión formada que tengo sobre el origen de las mismas.  La creencia en una religión, más específicamente, en una cosmogonía del universo y nuestra participación en ella, es innato a la raza humana y viene desde nosotros mismos, por un simple proceso de pensamiento lógico que quiero teorizar y ejemplificar.


Imaginemos un grupo de personas que no tengan ningún conocimiento religioso, carecen de teoría sobre la creación del hombre y de su mundo.  Nunca escucharon hablar de dioses, ni de castigos divinos.  De ritos, ni de iglesias.
Imaginemos, un grupo de personas (quizás nuestros ancestros homínidos) que se despiertan en medio del bosque, sin saber como llegaron y sin saber si quiera que son.
Pero hay algo que los atrae, los moviliza racionalmente y les da miedo.


DOS MUNDOS ANTAGÓNICOS

“La naturaleza no sabe de lineas rectas”... quizás, la única línea recta que exista en todo el globo sea la línea del horizonte.  
El horizonte, divide el mundo en dos.  La mitad inferior, el mundo “terrenal”, es un mundo “medible”.  Que se puede tocar, se puede manipular.  Puedo abrir una naranja y verla por dentro, puedo abrir un animal y entender sus partes y su funcionamiento.  Puedo entender este universo.  Este mundo cambia, se modifica y nosotros formamos parte de ese cambio.  Lo manipulo, lo entiendo, soy parte de él.
La otra midad del universo, la mitad “celeste”, es un desafío para los sentidos y la racionalidad.  No lo puedo tocar, ni mucho menos entender.  Astros luminosos que pasan día y noche, indiferentes de nuestras acciones y de nuestras vidas, eternos, infinitos.
El mundo está compuesto por dos universos, es lo primero que estos hombres entienden.  Ellos viven la mitad “terrestre”, pero la mitad “celeste” los atrae.  Los seduce con su lenta danza de astros y luces.  Incomprensible y hermoso para ellos.
Pero lo que se ignora, lo incontrolable... se teme.  Las lluvias, los rayos, las sequías, los eclipses vienen a romper un orden perfecto... son caprichos de los astros... y esos caprichos dan miedo, aterran.


EL MUNDO COMO UN ESPEJO

Estos hombres, en su esfuerzo por entender el universo “celeste”, descubren que hay ciertas similitudes entre este mundo y aquel.  El fuego, al igual que el sol, produce luz y calor, entonces el fuego es un nexo entre ambos universos.  El agua es vida, pero también es lluvia, nuestra vida nos es regalada y mantenida.  Así como el día termina en noche, entienden que la vida termina en muerte.
También las analogías son morfológicas.  El círculo, es la representación de los astros, y por ende es una figura sagrada.  Estas personas, comienzan a sentarse en círculos, a veces con un fuego central, para emular las formas en los cielos.  Y así dan origen a los primeros rituales.
Otros elementos sagrados son los metales, que brillan con destellos similares al de las estrellas.  Y de acuerdo a su color, el oro representa al sol, y la plata a la luna.
La luna, y su período de rotación, recuerda los ciclos de la mujer, y por antagonismo el sol comienza a tomar características masculinas.
Así como en la tierra, el cielo refleja la dualidad hombre-mujer.


LOS PRIMEROS SACERDOTES

Este grupo de hombres, cada vez más numeroso, ya tiene ciertos elementos sagrados y ciertos rituales que los acercan un poco más al mundo “celeste”.  Eligen de entre ellos, un grupo de individuos, los más avesados y los que entienden las analogías entre estos dos mundos; para que controlen y cuiden los objetos y rituales sagrados.
Estos sacerdotes también saben del temor que el universo “celeste” nos produce.  Y regulan las acciones del resto por miedo a caprichos o calamidades.  Y así, entienden que si hay objetos sagrados (que nos acercan a aquel universo), también los hay profanos (que nos alejan y desatan nuestros mayores temores).
Los sacerdotes saben como acercarnos a lo deseado, y al mismo tiempo, saben como protegernos:  nos ofrecen un camino hacia la “salvación”.


LAS PROTO-RELIGIONES

De tanto en tanto, aparecen hombres que tienen un entendimiento mayor que el resto.  Que saben explicar ciertas analogías entre ambos mundos de manera lógica y coherente con las creencias existentes, y que además, saben que hay que hacer para acercarnos un poco más a aquel universo “celeste” que tanto nos atrae.
Estos hombre son llamados “profetas”.  Y junto a los sacerdotes, comienzan a elaborar un sin fin de teorías y explicaciones, que amplían el conocimiento “celeste”.  Con el correr del tiempo, y el aporte de nuevos profetas, las similitudes entre ambos mundos comienzan a ser muy numerosas y también muy forzadas.
Comienza a cargarse de “humanidad” a los astros.  Si bien eran caprichosos, ahora también son envidiosos, justos, guerreros, amantes, protectores y piadosos.
Y así el mundo “celeste”, se convierte en el mundo de los dioses.
Y es tan parecido al nuestro, con hombres igual de lujuriosos, que es de esperarse que bajen a nuestro mundo, y tengan hijos con nuestras mujeres.  Hijos mitad hombre y mitad dioses, con poderes divinos, pero mortales, que nos traen la palabra de su “padre” para acercarnos y parecernos, cada vez más a ellos.


LA RELIGIÓN COMO MODO DE GOBIERNO

Con el tiempo, y el aumento de la población, comienzan a formarse las primeras sociedades y se necesitan formas de gobierno que administren las relaciones y comportamientos.  Que mejor para ello, que un grupo de personas que entienden a los dioses y sepan lo que ellos pretenden de nosotros.
De este modo, la religión se vuelve política.
Debe controlar y abogar por la seguridad social.  Debe generar ritos y objetos sagrados que la mantengan en armonía.  Debe bendecir las uniones maritales, respetar los hijos, el trabajo, las pertenencias y las mujeres.  Se castiga todo aquel que manipule objetos profanos o sencillamente no acate las normas del grupo controlador.
Todo lo que hace bien a la sociedad y su funcionamiento, es bueno, sagrado, avalado por los dioses.  El resto es inmoral, decadente... lo profano.
Y así las religiones ya no solo forman la moral de los pueblos, sino también su conducta y comportamiento.
Si una enfermedad se transmite por los cerdos, es un castigo divino.  Entonces, comerlo es un acto profano y deber ser regulado por las normas religiosas.
Si una enfermedad se transmite sexualmente, el sexo libre debe ser castigado y reglamentado.
Si alguien encuentra nuevas analogías entre los mundos, o simplemente se atreve a cuestionar el conocimiento que los sacerdotes tienen de los dioses, se lo castiga y condena de “hereje”.
Todo aquel que no comparte los cánones es un infiel, y será castigado por los dioses (o sus representantes en la tierra).  El único camino posible es el impuesto, el que nos fue marcado por nuestros ancestros y los escritos que ellos nos legaron.


CONCLUSIÓN

En este ensayo quiero rescatar un par de cosas.  La primera: el afán por entender lo que no entendemos: la eterna búsqueda de conocimiento (o teorizaciones) para aplacar nuestros mayores miedos.  En este camino, corremos el riesgo de querer acercarnos tanto a lo ignorado, que terminamos explicándolo como si fuéramos nosotros mismos: a nuestra imagen y semejanza.
Lo segundo:  Ninguna religión adora a ningún dios.  Todas son formas encubiertas de adorarnos a nosotros mismos como género humano, de separarnos de la naturaleza y de pensar que somos en cierta medida dioses.
La tercera:  Todas las supuestas explicaciones que tenemos y los ritos que practicamos, no sirven de otra cosa que para alejarnos de nuestros miedos, de nuestra incertidumbre, y dejarnos tranquilos por un tiempo.  Dejemos esas formas de placebo y enfrentémosnos a nuestros miedos más antiguos.

Si hay un camino para entender el universo “celeste”, no es el impuesto.
Generemos una búsqueda nueva, sabiendo de los errores cometidos.  Retomemos la creencia de nuestros ancestros, y su espíritu por querer acercarse un poco más al universo.
La búsqueda de la armonía, la luz y la belleza de los astros, que nos sedujeron aquella primera noche que despertamos en el bosque.

J.-

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