9.22.2010

Matrioska


Los Gnósticos, creían en una cosmogonía muy particular.  Si bien en un principio puede parecerse bastante a la cristiana, los personajes bíblicos cobran roles contradictorios y hasta heréticos.  De esta religión me gustaría destacar la concepción que tienen de la construcción de la persona (cuerpo y alma) por ser muy descriptiva y alineada a la psicología moderna (la psiquis, según Freud, esta construida por la interconexión de tres identidades: el conciente, el subconsciente y el inconciente).

Tres identidades en tres planos distintos.

Para la Gnosis, el YO individual, está construido por tres diferentes tipos de “personas”.  Cada una de ellas, viven en distintos planos “dimensionales” y cada una de ellas pretende distintas cosas del “mundo” en el que le toca vivir.
Estas tres “personas”, están ancladas en un mismo punto espacial, como si se tratara de una muñeca rusa que vive una dentro de la otra.

La persona Física: Este es el cuerpo que vemos, el que usamos para vivir, comer, caminar, abrazar y hacer el amor.  Este cuerpo está sujeto al tiempo, y le es absolutamente necesario para moverse.  Como vive en un plano físico, sus necesidades también lo son:  esta persona, necesita el contacto, le gustan los abrazos y los besos, las tardes de sol, el olor al pasto recién cortado, la caricia del viento, los colores del arco iris, el frío de la lluvia, el canto de los pájaros y los asados en las noches de verano.
Para muchos, ésta es la única persona importante, la que puede verse y tocarse.
La persona física, no solo tiene placeres, también tiene miedos que le son propios de este plano: miedo al dolor físico, a la sangre, miedo a la vejez y a la soledad.

La persona Psíquica: Esta persona es un compendio de razonamientos, principios morales, gustos personales y recuerdos.  Existe dentro de la persona Física, de un modo inmaterial.  Es difícil explicarlo porque no tiene forma, imaginemos que la persona física en realidad la conforma la epidermis del cuerpo, entonces, la persona psíquica sería el cerebro.
Esta persona busca distintos placeres que la anterior, y tiene otros objetivos.
Le atrae el conocimiento, el arte, la música, y los goces intelectuales.  También la gustan los desafíos, lo juegos y en especial la amistad.
Sus miedos le corresponden por oposición a sus propios placeres: le tiene miedo a la ignorancia, a la indiferencia, a la insensibilidad el alma, al olvido y en especial a la muerte.

La Persona Espiritual: Es la última en orden, y la más importante.  Es la que está en el centro de todas y a la vez las engloba.  Su lugar se define claramente en el pecho, en el centro del cuerpo.
Para los Gnósticos, la estructura celestial (el Dios Supremo) era una jerarquía más o menos confusa (más bien metafórica) que contenía todas las cualidades celestes.  Entre ellas se destaca la Sabiduría (la palabra Gnosis quiere decir “conocimiento”).
Según esta creencia, la Persona Espiritual, es una chispa de la luz universal, que contiene las mismas características.  Es el eslabón que nos conecta con dios.
Es la mas difícil de percibir, ya que no existe físicamente, pero a veces se manifiesta a través de los pensamientos.  Sin embargo, podemos conjeturar su función e importancia.
Es una especie de campo magnético, similar al de los imanes.  La energía fluye de la cabeza al pecho, se abre en los pies, recorre por fuera el cuerpo, para entrar nuevamente por la coronilla.  Es grande o pequeña de acuerdo al estado energético de la persona.  Y en la mayoría de los casos es color ámbar.
Esta chispa divina está presente en todas las especies vivas, animales y plantas.  También en las rocas y las montañas.  El planeta, como orbe, tiene este mismo campo energético.
Su importancia yace en que es capaz de intercambiar energía con otras campos espirituales (sean personas o animales), tanto positiva como negativa.  Su función es clara: gracias a esta chispa tenemos la capacidad de amar y ser felices.
Pero la Persona Espiritual es inquieta y curiosa, le gusta el cambio.  Sufre y ama como niño.  Se aburre y corre, sin sentido aparente.  Siempre buscando nuevas experiencias.
La meditación (y especialmente el Yoga) nos permite conectarnos con esta parte de nuestro yo, entenderlo, serenarlo y escucharlo.
Dios nos habla a través de esta “conexión”.  Nos dice que hacer para ser felices.

Un ejemplo.  Imaginemos que vemos una nube en el cielo, en realidad la nube es vista por la Persona Física.  Esta imagen llega a la Persona Psíquica, que viendo su forma y su color, claramente la identifica como un conejo.  Comienza a buscar dentro de sus memoria, y recuerda un conejo blanco que le mostraba el camino a Alicia en el País de las Maravillas.  La Persona Espiritual estuvo presente durante todo este proceso, dejó pasar las formas, los colores y la memoria, y justo en el momento en que la mente se topó con la palabra “seguir”, produjo un sentimiento de paz y serenidad.  Así se manifiesta Dios.
Tomemos otro ejemplo más claro aún, es el caso de los sueños.
Cuando dormimos, la Persona Física esta anulada casi por completo.  La creación de mundos e imágenes está a cargo de la Persona Psíquica, mezclando imágenes y recuerdos de modo surrealista.  Recorremos ese mundo libre, como un actor que se sorprende en cada escena, y de repente, cuando nos enfrentamos a una situación o recordamos a alguien, la Persona Espiritual (que nunca duerme) brinda una sensación de paz, armonía, dolor o miedo.  Y con esa sensación nos despertamos.

¿Cómo conectarnos con la Persona Espiritual?  Usando las otras dos personas.  Tomando como herramienta la Persona Física, sometiéndola a experiencias nuevas, viajando, conociendo, bailando, abrazando, besando, y todas las cosas que podamos hacer con nuestro cuerpo, nuestros ojos, oídos y manos.  Pero siempre, con la Persona Psíquica alerta, preguntándonos todo el tiempo si lo que estamos haciendo nos agrada y nos hace felices.
A esto se llama “vivir concientemente”.

J.-

9.14.2010

Como Hansel y Gretel


Entrando al tercio de siglo, comienzo a creer que hay un camino para cada uno de nosotros.  Un camino donde nos desarrollaremos plenamente.  Es un camino individual, pero no solitario.   Lleno de casualidades, vivencias, aprendizajes y sorpresas.  Comienzo a ver cómo funciona.

Hace meses estaba en un ciclo sin cambios, luchando contra los mismos miedos.  Propios y ajenos.  No estaba siendo yo, no era quien yo me gustaba.  No me amaba y era incapaz de amar a los demás.   No pintaba, no escribía, no sentía.  Escuché una voz que me dijo “basta”.  Traté de defender mi postura racional, mi ciclo en el que me sentía cómodo, pero las señales me demostraron que estaba equivocado.  Una señal, dos señales, tres...  Los que prestan atención a estos avisos, le llaman “eco”, yo prefiero llamarles rimas del destino.

Ver estos mensajes, me llevo a escuchar más mi voz interior.  A tener Fe, más que en mí, en el espíritu del Universo.  Hay algo que tengo que hacer para el Todo, y ese es mi propio regalo.

La voz detrás del espejo me dijo, “Haz lo que siempre has querido hacer.  Yo te voy a ayudar.  No tengas miedo”.  Así lo hice, me ayudó, me guió, me dio muchos amigos y experiencias.  Me enseñó otras culturas y otras creencias.

“Cuando el alumno esté listo, el maestro aparece” dijo por boca de otros.  Yo no estaba listo, aún no lo estoy.  Pero para que me diera cuenta, puso su guía en mi sendero amarillo.  El Maestro me ayudó a entender muchas cosas.  Gracias a él, perdí el miedo a este nuevo camino, que me doy cuenta, siempre se transita solo.

Dijo una vez: “Ríete hasta que te duela la panza, ama hasta que el corazón te reviente el pecho… sufre hasta que duela, sufre hasta que tus lagrimas se conviertan en sangre.  Y así sabrás que estás vivo”.

Cada vez que me pregunto si estoy en el camino correcto, aparece una señal o un indicio, fruto del azar o la providencia, que me dice que me quede tranquilo.  Como migas de pan, sigo las señales sin saber a dónde llevan.  Cada vez me alejo mas de los caminos que transitaba, y eso me da un poco de nostalgia.   No se hacia donde me dirijo, y eso me da un poco de miedo.

No soy quien antes era, ya no puedo curar mis heridas con los mismos ungüentos.  Las cosas que me gustaban, con suerte hoy solo me agradan.  Quien suscribe, cree haber muerto hace tiempo.  El día que cometió su mayor inequidad.

Aún no soy quien pretendo ser.  Aun no estoy listo y no sé cuando lo estaré.  Tampoco sé que tengo que aprender, ni para que lo hago.  Esta persona, mi yo futuro, aún no nació.

Te preguntarás, ocasional lector ¿Quien, desde la inexistencia, escribe estas líneas?...  Me gustaría saberlo.  Quizás sea la mano de Dios o solamente la triste esperanza de vivir.

J.-