8.19.2010

El laberinto


Asterión el Minotauro, era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. (…) Fue encerrado en un laberinto diseñado por el artífice Dédalo, hecho expresamente para retenerlo, ubicado probablemente en la ciudad de Cnosos en la isla de Creta. Por muchos años, hombres y mujeres eran llevados al laberinto como sacrificio para ser el alimento de la bestia hasta que la vida de ésta terminó en manos del héroe Teseo (Wikipedia).

Estoy en el laberinto desde el día que nací.  No estoy solo, muchos están conmigo.  No sabemos quien lo creó, no sabemos ni si quiera porqué estamos en él.  Según algunos, hay un ser superior creador del laberinto, que nos mira con cierta curiosidad desde el cielo, viendo que camino tomamos para salir de él.  Según otros, en estas vastas paredes ya hay un camino para cada uno de nosotros, un camino preescrito talvez por el mismo creador del laberinto.
Como he dicho nací aquí, y como toda persona, nací de una mujer.  Mi madre me tuvo en un rincón que las frías paredes formaban como un reparo o una especie de habitación.  No hay techo, ningún laberinto lo tiene. Paredes altas, tan altas que es imposible treparse ni espiar detrás de ellas.  Muros de un gris plomo, que pensábamos antes eran de cemento, pero por más que lo intentamos, nunca pudimos romperlas.  Son el material mas duro del universo.  Nunca sabremos lo que pasa detrás de aquellas paredes.
Aprendí que cada pared es una elección que tomar, derecha o izquierda, cada elección es importante.  Cada elección formaba mi camino.

De día el sol en su cenit, alumbra cada rincón.  Todas las paredes se tiñen del mismo color, la misma intensidad de luz y de sombra.  Ese es un momento mágico, no dura más de un segundo: la pared que estaba iluminada segundos antes se apagaba, y la que estaba en sobras comenzaba a iluminarse.  Solo dura un segundo.  Después de aquel momento todo cambia, nos desconcierta, no sabemos que pared es la derecha o la izquierda.  Yo, al igual que muchos, nos perdíamos por culpa de aquel caprichoso juego de sombras.  Cuesta volver a encontrar el camino.
Con el tiempo deje de asustarme de esta confusión, aprendí a relajarme, dejar que pase el momento para después volver a caminar lentamente.

Crecí en este laberinto, e hice muchos amigos.  Amigos del “barrio” llamémosle.  Si bien no había casas, casi todos nos manteníamos siempre cerca del lugar donde habíamos nacido.  Mis padres, mis abuelos, los abuelos de mis tatarabuelos, todos.  Pasado algunos años, de a poco, comencé a irme un poco mas lejos, alejarme de las paredes que conocía y buscar otros caminos.  Me crucé con mucha gente, algunos que venían y otros que iban.  Todos fueron muy sociales.  Alguno me contaba como estaba el camino de vuelta, otros me decían que habían visto una vez paredes de colores, otros me decían que habían visto pisos de oro.  Pero nunca vi aquellas cosas, siempre las mismas paredes grises y frías al tacto y el camino que piso con mis pies descalzos.
Siempre nos movíamos en grupos y todo grupo tiene un líder.  Vi procesiones muy numerosas, miles de personas que seguían como hipnotizadas a un hombre que gritaba “síganme, yo se donde esta la salida”.  Y las vi muchas veces, siempre en un sentido o en el otro.  Distintas personas, distintos lideres y siempre el mismo grito…

Las mismas paredes, el mismo suelo, la misma procesión, el mismo desconcierto.  Lo único que cambiaba era la gente, y los compañeros.
En este laberinto muchas veces nos sentimos solos.  No sabemos quien lo creó, no sabemos para que estamos, ni si quiera sabemos si tiene salida.
Y esta soledad solo la podemos apañar en compañía.  Alguien que comparta nuestro mismo desconcierto.  Gente que va por el mismo camino, que tienen modos similares de moverse.  Gente con la que uno se plantea que camino seguir, y muchas veces lo siguen juntos.

Pero hay un miedo mayor dentro de este laberinto, y es el Minotauro.
Sabemos que está allí, pero no lo vemos.  Cada persona que lo encuentra desaparece y ya nunca volvemos a verla.  No sabemos que pasa con sus presas.  Algunos dicen que se las come, otros que la juzga y les da un premio o un castigo, de acuerdo a su “comportamiento” dentro del laberinto.
Hemos oído hablar mucho de él.  Pero en realidad no sabemos nada.  No sabemos que es, ni si quiera lo hemos visto.  Lo cual hace que le tengamos más temor.
Algunos le tienen tanto miedo que se apuran por escaparle.  Buscan rápidamente una salida antes que el Minotauro los agarre y desaparezcan para siempre.
Otros creen que son Teseo, aquél elegido que podrá darle muerte al Minotauro y salvarse de su destino.  No puedo culparlos, ¿a quien no le gustaría ser Teseo?

He aprendido las cosas del modo más duro y de ese modo lo voy a decir.
En este laberinto no hay salida, como tampoco hay entrada.  El único destino que tenemos es ser atrapado por el Minotauro algún día de nuestras vidas.
Nunca sabremos quien creó este laberinto, ni tampoco porqué estamos en él.  Camino todos los días estas grises paredes, con las esperanza de encontrar la respuesta mientras más me adentro en el laberinto.
Ninguno de nosotros es Teseo, ninguno va a poder sortear su fatídico destino.

Pero estoy feliz.
He aprendido a moverme más naturalmente.  Ya no sigo las procesiones que cada vez son más numerosas.  He aprendido a hacer compañeros, y a separarme de ellos, cuando me di cuenta que mi camino era otro.  Y ha decir verdad, después de tantos años, le tengo un poco menos de miedo al Minotauro.

Lo que encontré no muchos lo han visto.  Algunos me creen loco.  Buscando en las paredes, en cada baldosa del suelo, en la estrellas de la noche, por casualidad lo encontré: era el Cordel de Ariadna.  El mismo que utilizó Teseo para salir del laberinto.
Pensé que iba a ser un cordel rojo, así lo había visto en un cuento.  Pero en realidad no es un cordel, ni si quiera es un cosa.  No está escrita en las paredes, ni si quiera es un dibujo en el suelo.  Es… digamos… un sentimiento.  El Cordel se siente con el espíritu, si prestamos atención sabemos que camino tenemos que elegir.
Puede ser una mueca en la pared, la forma particular de una nube, una mota de polvo, una estrella fugaz que cruzó el horizonte.  O simplemente puede ser una palabra.

El Cordel de Ariadna no nos garantiza la salida del laberinto (no se pueden romper las reglas).  El Cordel solo nos muestra un camino mejor, en el que nos vamos a sentir cómodos, con muchos amigos que compartirán nuestros días y nuestros años.  Esa es la verdadera razón por la que estamos en el laberinto.

Si has encontrado el Cordel, síguelo.

Ahora que releo esta hoja, me doy cuenta que Dédalo, el Minotauro, Teseo y Ariadna, son en realidad la misma persona, son en realidad el laberinto.

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