7.06.2010

La casa de los doce



La evolución social de la humanidad tiene distintos estratos y momentos, donde su comportamiento tiene notorias características.  Uno de los puntos de inflexión más grandes se sitúa en la época llamada “el hombre de Cro-Magnon”.
Digamos que hasta esa época (40.000-10.000 a.c.), los hombres tenían comportamientos nómades.  Vivían en grupos pequeños, que se movían de un lado hacia otro en busca de mejores climas, o temporadas más propicias para la caza o la pesca.  No practicaban la agricultura (ya que su estilo de vida se lo impedía), pero sí una ganadería simple y rudimentaria (a veces llevaban con sigo algunos animales que les daban leche y hacían queso).  Sus pertenencias eran sus pocas vestimentas y una carpa para dormir.  No tenían muchos hijos.  Sólo los que podían cargar. 
Algunos pueblos de Asia aún hoy viven de este modo.   Los mongoles recorren la tierra buscando lo que la naturaleza las brinda.

Algunos hombres se cansaron de viajar y comenzaron a vivir en cuevas, y así formaron los primeros pueblos sedentarios.  Descubrieron que los frutos variaban su cantidad y calidad de acuerdo al frío y a las lluvias, y así descubrieron la agricultura.  Comenzaron a organizar todas sus actividades en función del año solar (quien regia las temporadas de siembra y cosecha).  Cultivaron la tierra, más de lo que necesitaban, y de ese modo pudieron comer granos en invierno.  Crearon grandes tambos para guardar esta cosecha.  La cosecha siguió aumentando y el tamaño de los tambos también, ya que había que protegerlos del frío, de la lluvia y de los animales pequeños.
También pudieron criar cientos de animales en terrenos cercados y así inventaron la ganadería.
Entonces, se necesitaron más manos para trabajar la tierra, y los hombres sedentarios tuvieron todos los hijos que pudieron, y a eso llamaron “prole”.

Pero no todos los hombres tuvieron esta posibilidad de trabajo y acopio, y la sociedad comenzó a dividirse en estratos sociales de acuerdo a la cantidad de sus “pertenencias”, y estas diversas clases (sumando a pueblos cada vez más numerosos) comenzaron a necesitar jefes, gobernantes y reyes.  Y por contraposición de la riqueza, nació la pobreza.  Y los pobres desearon a los ricos, y nació la envidia, y con ella el hurto y el robo.

Y el hombre tuvo miedo del hombre.  Y las armas que había usado para cazar, ahora las uso para matar.  Mató por seguridad, la primera vez, pero luego mató por miedo, mató por honor y hasta mató por poder.  Y el hombre se convirtió en el mayor miedo del hombre.

Tiempo después descubrió el hierro, el cobre y el oro.  Y con ellos no solo perfeccionó su seguridad y sus armas, sino también descubrió un modo de trueque más seguro y eficaz para el intercambio de objetos.  Y los ricos, se hicieron más ricos, y ahora se hicieron poderosos.

Se crearon caminos para trasladar el grano y la carne.  Se crearon vehículos para el traslado.  Hombres que manejaran esos vehículos.  Otros que los protegieran.  Otros que los repartieran.  Otros que los vendieran.  Cada uno con su rol específico, muchas veces heredado de padre a hijo.

Pero si hay hombres pobres, también hay pueblos pobres.  Y entonces se desató la guerra por la comida, la guerra por el terreno y la guerra por el poder.  Pueblos enteros murieron bajo espadas que se alzaban en nombre de un dios o de una raza.

Y con el tiempo el hombre se olvidó de vivir, su vida se convirtió en su función social, su vida estaba valorada en cuanto producía.

El hombre, llegó a nuestros días ocupando cada minuto de su día para tener más.  Formando su propia estima en la valoración social que de él se tiene.  Trabajando para otros, siempre para otros.  Teniendo miedo al robo, teniendo miedo a la muerte.
Todos los males de la sociedad, todos los pecados que las religiones castigan, todos los miedos, la envidia, la codicia, el robo, los secuestros, todo lo que nos avergüenza de nosotros mismos, fue creado directa o indirectamente por los pueblos sedentarios, por el miedo a no tener comida en invierno, por la falta de confianza en el destino.  Y nosotros hoy, lo alabamos y glorificamos bajo el nombre de “capitalismo”.

En Cusco conocí un grupo de nómades (prefiero llamarlos de este modo).  Eran doce, vivían en una casa y solo los unían algunas costumbres, el idioma y un falso natalicio.  Solo llevaban algunas ropas, una bolsa de dormir y los mas afortunados un par de libros.  Algunos hacía meses que estaban allí, otros hacía años que recorrían la tierra.  Todos sabían que era un lugar de paso, porque en esos momentos la “cosecha” era buena.  Algunos vendían té de manzanilla en las plazas, otros deleitaban con malabares a los afortunados vehículos que se paraban en las esquinas y otros vendían sus canciones (tangos y chacareras) a quien quisiera escucharlas por unos cuantos soles.
Comían y dormía juntos.  Y el poco dinero que ganaban, lo gastaban juntos.
Pocas veces he visto gente con tanta felicidad, gente sin miedo ni envidia, que confían en ellos y en su destino que les dará todo lo que necesitan.  Gente con tantas ganas de vivir y de viajar, que contagiaron mi propia alma.
Donde quieran que estén ahora, les deseo la buena fortuna que seguramente tendrán.
¡Salud a la casa de los doce argentinos!

J.-

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