2.19.2010

El Disco



Yo: --Tengo cierto apego a Borges. En un comienzo era una especie de meta pendiente, una especie de curiosidad ¿Por qué todos enaltecen a Borges? Sus cuentos de matones, malandras y cuchillos que leí durante mi adolescencia no me gustaban. Tampoco me gustaba su poesía demasiado personal y rebuscada que leía con mis primeros romances de verano. Ni mucho menos su prosa petulante, diciéndome todo el tiempo “yo se más que vos”.

Talvez como el Jazz, Borges comienza a gustarte a los treinta.

 
Insistiendo en esa meta, después de un tiempo comencé a entenderlo y a desenmarañar sus misterios literarios. Descubrí en él una personalidad fascinante, un prisionero de su propio saber, que se jactaba de serlo, y también un hombre temeroso de la desilusión que produce el amor real. Lo que nunca fue, siempre será bello.
Sus cuentos comenzaron a cambiar mi modo de pensar. Entendí su vasta obsesión por los laberintos y el tiempo, unos no puede existir sin el otro. Los vi, y más de una vez (hoy es uno de esos días), me he perdido en ellos. De algún modo, sus letras guiaron mi mirada, hoy los tigres me fascinan tanto como a él. Pierdo mis ojos en esas largas marcas de tinta, esperando encontrar el destino escrito:  el mío, el del tigre y el de Dios.  Más de una vez, y creo que fueron dos, he encontrado el Aleph en los ojos de una mujer, y en ellos pude ver todo el universo.

 
Uno de los cuentos, que más recuerdo, es El Disco.

Un hombre maduro ya, leñador de toda la vida, vive como un ermitaño en su pequeña cabaña, en los bosques de Sajonia. Todos los personajes de Borges guardan una pequeña parte de sí, como un pedazo de alma de su creador. No entiendo porque, pero siempre les otorga un rasgo característico, nunca personal, sino más bien como un estereotipo (ahora que lo pienso, Borges también era un personaje para sí mismo). En definitiva, el leñador era casi ciego.

Un día recibe la visita de un desconocido. Por compasión, pero más por soledad, le brinda asilo durante esa noche.

El desconocido era un rey, y en sus manos tenía un gran tesoro: El disco de Odín. Una cara dorada (talvez de oro), la otra invisible: el disco tenía un solo lado. No tenía poder ninguno, tampoco servía para nada. Solo era la única cosa en el mundo que tenía un lado solo.

El leñador trató de comprarlo, poseer aquel objeto único en el mundo. Pero ante la negativa, su codicia y su cólera explotaron, y terminó matando al rey por la espalda.

 Almacenero: --¿Porqué me cuenta esto?

 Yo: --Creo haber encontrado el Disco de Odín en esta feta de queso… ¿acaso me viste cara del Rey de los pelotudos, o pensás que soy ciego? ¡Dame otro PBT o te cago a trompadas, Jorge Luis!

J.-

1 comentario:

Luli Petrone dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!!!!
Muuuy bueno!! :P