4.02.2012

La No-Mente


El estudio comparado de religiones nos muestra que hay ciertos principios unificadores en todas ellas.  Principios que son universales en todo el mundo.  La primera, la creencia en la existencia de un dios.  Segundo, la creencia en la existencia de un espíritu divino (o alma).  Tercero, la creencia en que este espíritu se une a Dios después de un trabajo interno.
De esto hablan todas las religiones del mundo, todos los libros sagrados tratan alguno de estos aspectos.  Solo que el modo de plantearlo está muy anclado a las tradiciones locales (y milenarias), contado con metáforas y parábolas que dificultan su comprensión, solamente accesible a personas con cierto poder de abstracción.
¿Y porque es así? Porque para entender a dios, hay que pensar en abstracto... o dicho de otro modo:  no hay que pensarlo.  Lo que le voy a contar, no trate de razonarlo.  Vívalo.

En este ensayo propongo, con una nueva parábola, comprender este proceso al que oriente llama “iluminación”.


El primer hombre

Particularmente no creo en el mito de Adán y Eva, tan difundido por las religiones occidentales.  Digamos, que simpatizo más con Darwin, hasta cierto punto.  El hombre viene del mono, ponele.  Creo que el primer hombre (como entidad pensante) surge dentro de los primeros homínidos, cuando nace en él la pregunta “¿Donde estoy?”, “¿QUIEN SOY?”
Ese primer hombre se sintió solo, hasta aquel momento nunca había sentido tal sensación.  Sus ancestros, los animales, no tenían esa preocupación.  Simplemente seguían sus instintos.  Dormían cuando tenían que dormir, cazaban cuando tenían hambre.  Copulaban porque se sentían “enamorados”.
Ellos estaban en armonía.  Eran felices.
Y el hombre se vio distinto, porque él era infeliz.  Se preguntaba cosas, y trataba de entenderlas.  Aquí surge el hombre como entidad, y con él, el primer sentimiento de incomodidad, de dolencia, de “separatividad”.

El mito de Adán y Eva es una metáfora.  La pareja es desterrada del paraíso cuando prueba del Árbol de Conocimiento.  A partir de ese momento, se verán desnudos, frágiles, temerosos.  Y se separan de la felicidad para conocer el dolor y el sufrimiento.
Conservemos esta idea.


La Mente y el Tiempo

La mente es una herramienta.  Surge en la evolucíon de las especies para ayudarlas a desenvolverse en el entorno.  La mente no es más que una serie de procesos asociativos entre la memoria y la capacidad de proyectar esas experiencias a futuro.  Es, digamos, una especie de “algoritmo” (término usado en programación) para generar “imágenes” a partir de la inserción de ciertos datos.

La mente funciona por “comparatividad”.  Para entender algo tiene que contrastarlo con lo que no es.  Por ejemplo, para saber que una personas es “alta”, debemos ponerla junto a una persona “baja”.  La mente no entiende de similudes, simplemente ve lo “diferente” y determina que una es mayor a la otra, y les pone nombre: alto y bajo.  El don que le da Dios a Adán para nombrar a los animales, es justamente la mente.

Junto con la mente, surge El Tiempo.  Antes de él, los animales vivían en un eterno presente.  No les importaba que día de la semana era, ni si había luna llena o no.  Ni si quiera les importaba el año.  Ni si quiera les importaba que fuera de día o de noche.
El Tiempo (como noción psicológica) surge en el hombre.  Y la mente, en su capacidad dual determina que todo lo vivido es pasado, y lo que vamos a vivir, futuro.


¿Que es la Mente?

Imaginemos un lugar lleno de gente, un bar o un boliche nocturno.  Imaginemos que este lugar es nuestra mente.  En la pista, hay muchas personas con distintas actitudes y comportamientos, que tienen distintos intereses, y hablan de distintas cosas.
Cada una de estás personas es un proyección de nosotros mismos.  En aquel lugar hay músicos, artistas, empresarios y corredores de bolsa.  Padres, madres e hijos.  Futbolistas, carpinteros, filósofos, budistas, cristianos, nudistas, hippes, políticos, licenciados, doctores, enamorados, y un largo etcétera.
Cada persona que conocimos en la vida hizo una proyección dentro de nuestra mente.  Una proyección de nosotros mismos ocupando ese rol.  
Por ejemplo, en este boliche que llamamos mente,  siempre habrá una proyección de nuestros padres (o varias de ellas), diciéndonos que tenemos que hacer y como.  Y habrá también una proyección de nosotros mismos como hijos, discutiendo sus principios, reclamando libertad.
Por cada pensamiento, por cada persona que haz conocido, la mente proyecta una imagen y la enfrenta con su contrario, con su antagonista, con su “complemento”.

Y del mismo modo que en el mundo real, algunas voces se impondrán ante otras gritando, mintiendo o haciéndose daño.  Algunas voces luchan por imponerse tan duramente que producen mucho sufrimiento, en algunos casos, tanto que pueden terminar con la vida de su portador.

¿De que habla toda esta gente en el boliche?.  Hablan de El Tiempo.  De lo que fueron antes, y de lo que quieren ser en el futuro.  Algunos cuentan viejas historias del secundario, otros se jactan de sus estudios en medicina.  Hay quienes relatan sus viajes, sus negocios, sus conquistas amorosas.  Hay otros que sueñan con viajar por el mundo, enamorarse, ser felices.  Pasado y futuro.
Están aquellos viejos amores reclamando un poco más de atención, recordándote una y otra vez tus errores y el sufrimiento que le has producido.  Están tus padres, tan jóvenes como cuando vos eras chico, aún diciéndote lo que tienes que hacer.  Pero también están tus otros padres, los actuales, que te ven como un igual y piden tu consejo.

Esto es la mente.  Ese barullo que hace la gente en los lugares, ese ruido creado por mil voces anónimas.  Esos fragmentos de diálogo que escuchamos porque alguien grita más fuerte, esos son nuestros pensamientos.
En este lugar nacimos.  No conocemos nada más que esto.  Estamos identificados con la mente.  Estamos pagando aún el precio del Conocimiento.  Se nos dió un gran poder y no podemos dominarlo.  Y cada vez, hay más gente dentro de este lugar.

Cuando eramos chicos, en nuestra mente había solo algunas pocas proyecciones.  La de nuestros padres, la de nuestros tíos y quizás algún hermano.  Mientras crecemos, nuevas personas incitarán en nosotros nuevos pensamientos.  Y cada año, con cada nueva escuela, con cada nuevo amor, con cada nuevo trabajo; tendremos más nuevas ideas, nuevos principios, nuevas búsquedas y nuevos objetivos.  Cambiamos.  Nos movemos.  Estamos vivos.


El primer miedo

Recordemos el dolor que sintió el primer hombre al preguntarse “¿Quien soy?”.  Ese dolor a la “separatividad” (que Tolle llama “el cuerpo del dolor”) nunca desapareció, sigue estando presente en nuestra mente como una angustia leve, como un ruido de fondo, como la música triste que suena en el boliche.
Cada uno de nuestros pensamientos, cada una de aquellas proyecciones, va a reaccionar de distinto modo ante ese sentimiento.  Algunas gritarán mas fuerte, otros se darán a los placeres del sexo y de los vicios.  Otros ostentarán riquezas, viajes, amores conquistados.  Otros simplemente se volverán locos y buscarán auto-destruirse.
Porque como he dicho, somos seres infelices.


¿Que es la felicidad?

Hay dos tipos de felicidad: una breve y pasajera, y otra profunda y eterna.

La felicidad breve es la que está asociada a la supresión momentánea de una necesidad.  Volvamos al ejemplo del boliche, imaginemos que en él hay ciertas personas que quieren tener una gran empleo.  Este empleo es necesario para sentirse importante, ya que con él calma momentáneamente ese ruido de fondo que llamamos “separatividad”.  Consigue el empleo, se siente pleno, realizado.  Olvida por un tiempo su miedo.  Comienza a compartir su felicidad con otros pensamientos dentro del boliche.  Es feliz.  Pero después de un tiempo se aburre, vuelve a sentir esa misma incomodidad, y va a desear tener un nuevo empleo, mejor que el actual, para que lo haga nuevamente feliz.  Y con ese deseo, puesto en un futuro incierto, alimenta su propia infelicidad actual.

Grandes infelicidades, van a traer grandes deseos.  Y grandes deseos producen grandes infelicidades.  Está aquel que piensa trabajar toda su vida para disfrutar los pocos años de jubilación.  Están aquellos que quieren casarse para formar una familia y allí encontrar la felicidad.  Están los otros que trabajan por una casa propia, por un premio, por un título, por un mundo mejor.
Siempre proyectamos la felicidad en el futuro.  Y si la felicidad está en futuro, no está en el presente.

A veces, algunos pensamientos toman el control porque son más fuertes.  Pensamientos que están llenos de prejuicios y miedos.  Vivimos sus vidas, los hacemos realidad.  Los transformamos en nuestra personalidad, la que mostramos a los otros.  Los hacemos crecer, y se hacen más fuertes aún.  Entonces destierran a los otros pensamientos, los que se le oponen, y los mandan a los rincones de la pista, a la zona oscura, al “subconsciente”.
Según Freud, estos pensamientos reprimidos en el subconsciente comienzan a sabotear el control, quieren expresarse, y lo harán de modos rebuscados y confusos que dañen a la personalidad.
En la mente, todo es sufrimiento.

Hay otro tipo de felicidad que no tiene que ver con la conquista material y el deseo, es la felicidad libre del tiempo, la Felicidad Eterna.  De esta felicidad hablan todas las religiones del mundo.  Algunas la llaman Nirvana, Dios, el Uno, el Cristo, personalmente me gusta llamarlo Amor.  
Esta felicidad no está dentro del boliche, porque no está dentro de nuestra mente.  Este tipo de felicidad consiste en rechazar la manipulación de la mente y volver a ese estado de armonía que teníamos antes de la “separatividad”, en el paraíso de Adán y Eva.


La No-Mente.  

Dicen las viejas tradiciones, que en este boliche hay una puerta que conduce a otro lado.  No la puerta por la que entran los nuevos pensamientos de nuestra vida en la forma de nuevas proyecciones, esa puerta es solo para lo que entra del exterior.  Hay otra puerta, una puerta oculta, solamente para que nosotros salgamos de allí.
Es difícil encontrar esa puerta, el lugar es oscuro y hay demasiado ruido en él.  Ninguno de los pensamientos cree en ello, están más preocupados en hablar del pasado y el futuro, en las cosas que quieren y las que desean.  Para encontrar la puerta hay que silenciar el lugar, callar a todos los pensamientos, iluminar el boliche y buscarla a “consciencia”.

Hay una serie de pasos a seguir, que están nombrados y practicados por todas las religiones del mundo.  El primero de ellos consiste en el control de la “puerta de entrada”.  Saber que nuevos pensamientos tenemos, que nuevas ideas nos invaden.  Ser consciente de nuestro “movimiento” mental.  Si es difícil acallar un lugar con cientos de personas, imagínese si todo el tiempo entrara gente nueva.  Cerrar la puerta al exterior.
Eso es lo que hacían los yoguis de la india, los Brahmanes, los ermitaños, los druidas, lo monjes enclaustrados.  Aislarse del mundo para poder enfrentar el “ruido” interno.  

El segundo paso es enfrentar cada uno de los pensamientos.  Cada proyección en nuestra mente desea algo, quiere algo en el futuro.  No podemos seguir dándoselo, porque cada vez las tareas son más arduas y los deseos más grandes.  Y ese deseo que crece, muestra la infelicidad actual.  
El único modo de calmar a los pensamientos es mostrándoles que se puede ser feliz en el presente.  Ser ahora, vivir el ahora es la clave de la felicidad.  El Buddha lo llamó “la supresión del deseo”.  Piense sobre ello.

El tercer paso es el control de todos los pensamientos, el silencio absoluto.  Todas las religiones tienen algún rito donde es clave la meditación para conectarnos con nuestro interior.  Para algunas es el rezo, para otras el yoga.  En esta introspección calmada y profunda, intentamos callar los murmullos, mantener el control de la mente y aceptarla como és.  
Cuando logramos esto, escucharemos el ruido de fondo, esa triste música que suena en el lugar.  
Ese es el sentimiento de “separatividad”, que es nuestra propia mente.
Esa es la puerta.

El cuarto paso es enfrentar el miedo a la separatividad, enfrentar al Ego.  El miedo a la muerte.  Este miedo no es un pensamiento, es más bien una angustia.  Se supera con presente (ya que forma parte de la mente) y con aceptación.  La aceptación es gratitud.
La gratitud es la llave.
La puerta se abre.


¿Que hay detrás de la puerta?

No lo sé.  Y quizás casi nadie lo sepa.  Solo algunos iluminados que han podido cruzar esa puerta nos han dejado algunas enseñanzas borrosas.  Allí esta Jesús Cristo, con los brazos abiertos, que nos dice que vayamos hacia él, que él “es” la felicidad.  Junto a la puerta está el Buddha, con una enorme sonrisa, esperando que pase el último de nosotros.
Porque en realidad cualquiera de nosotros puede ser Buddha, cualquiera puede ser Christos.

Ellos dicen que en aquel lugar no hay sufrimiento, no hay dolor.  No hay pasado ni futuro, no hay tiempo.  “El final de los tiempos”, del que hablan todas las religiones, es la iluminación.  Volver al Uno es volver a Dios.  Ser Dios.

Es imposible entenderlo desde los pensamientos.  Nuestra mente dual no puede concebir un pensamiento externo a ella, por eso llamamos a ese lugar la “No-Mente”.

Digamos, para que se entienda, que es una felicidad suprema de bienestar y de amor. Usted, mi querido lector, ya la ha vivido antes.  Solo que no le dió importancia.  Recuerde.


Kenshō

¿Alguna vez observó el amanecer?  Viendo esos hilos de nubes que se desprenden del horizonte, teñidos de ámbar y esos cálidos rayos de sol dando en su rostro.  Recuerde ese momento.  Usted estaba en paz.  No tenía problemas, no importaba lo que hiciera más tarde, solo importaba el presente.  Recuerde ese instante de belleza, ese sentimiento de paz y armonía, de amor.  No había pensamientos, por un momento su mente se silenció y pudo percibir la belleza.
¿Alguna vez caminó bajo la lluvia?.  Sintiendo el agua en sus mejillas, el impacto de cada gota en su cuerpo, el ruido ronco de la lluvia.  Era felíz en aquel momento.  En ese momento estaba presente, consciente de todo lo que sentía.  Estaba en paz, y por eso entendía la belleza.

Son esos momentos “mágicos” en donde por un segundo sentimos la felicidad suprema.  Es una probada del Nirvana, de la iluminación, que se nos da cuando nos olvidamos buscarla.  Es lo que el budismo zen llama “kenshō” (el pequeño satori), un momento de iluminación en que podemos conectarnos con la naturaleza, con Dios.
El Kenshō equivale a tocar la puerta con los dedos, aún no tenemos la llave, pero ya sabemos como encontrarla.
Después de unos minutos (a veces segundos) nuestra mente retoma el control.  Vuelve a producir pensamientos, contradicciones, deseos y miedos.  Volvemos a ser arrastrados por la mente.  

La iluminación, el Paraíso, el Nirvana, el Satori, es ese estado de felicidad que usted ya vivió, pero más intenso y perpetuo.  Eterno.  Vivimos fuera de la mente y la utilizamos a voluntad cuando la necesitamos, como un herramienta.  Entramos y salimos por la puerta, nuestra puerta, y nos nutrimos de los pensamientos más elevados.  Interpretamos el pasado y el futuro, pero no nos obsesionamos con el tiempo.  Ya no hay dolor, el sentimiento de “separatividad” no existe.  No hay ruido de fondo, no hay sufrimiento.

Y siempre queda la puerta abierta para retornar a Dios cuantas veces quieras, hasta que decidas no volver más.


Conclusión:

Creo no contradecir con este ensayo religión o creencia alguna.  Creo que esta parábola describe algo que es común a todas ellas.

En el sentido práctico, no trates de entender o interpretar lo que digo, eso solo alimenta tu mente haciéndola más fuerte.  Si le preguntamos a un pez que es el agua, no sabría que responder; ya que es imposible entender algo sin su opuesto.  No lo pienses, vívelo.

Lo que debes hacer es rodearte de momentos presentes.  Busca tus propios “satoris” en todo lo que hagas.  Busca amaneceres nuevos para ver, lluvias para caminar, campos que correr, gente que abrazar.  Busca la belleza.  La belleza permite que la mente se calme.  Siente la felicidad en cada momento, porque cada momento es único e irrepetible.

Controla tu mente.  Pregúntate que estás pensando, y porqué lo haces.  Toma conciencia de tus pensamientos.  Medita.  Eso facilitará el proceso de acallado de la mente, y tendrás más momentos de felicidad y más intensos.

Suprime el deseo.  La felicidad futura no existe, solo la felicidad presente.  Demuéstrale a tus pensamientos, y a tí mismo, que es así.  Busca una “pequeña” felicidad todos los días.  Esa pequeña felicidad llena mucho más que cualquier promesa futura.

Levántate feliz todos los días, y por la noche, agradece la vida.
Si la iluminación es un deseo, también debe ser acallado.

OM TAT SAT


J.-

2 comentarios:

Corilyn dijo...

Lindo texto. Lo único que creo es que una vez que pasaste la puerta, por qué querrías volver? Me parece que aunque quisieras, hay niveles que cuando los alcanzás, ya cambiaste tanto que perdiste la capacidad de pensar o sentir como antes. No sé... una idea que me disparó el texto...

JaviSan dijo...

A ver, creo que puedo tirarte algunas respuestas que leí por ahí.

1- Quien pasa la puerta vuelve para ayudar a los otros, a instruirlos para que también ellos la pasen, a amarlos para que sean fuertes y amen, a escucharlos para que se escuchen así mismos.

2- Nunca se pierde la capacidad de pensar, es como andar en bicicleta! jajaja!! Solo se aprende a saber detener la mente. A usarla cuando la tengas que usar. Como una herramienta.

3- Los sentimientos no están en la mente. Nunca se dejan de sentir. Los sentimientos se reflejan en el cuerpo, porque están en el presente. Y ser presente, hace que uno sea más sensitivo, más sensible.

4- Puedes usar la mente (pensar) cuando quieras. Y vas a sentir mucho más que antes, vas a percibir estados anímicos, vas a amar profundamente. No creo que se pierda nada.

Gracias por leerlo Cori. =D