1.23.2011

¿Y si Dios no existe?

Todos hemos nacido con la cuna dentro de alguna religión.  No importa el tiempo ni el lugar.  No importa si creemos en los dioses del Olimpo o en los Egipcios; si creemos en muchos dioses o en uno solo; si somos judíos, cristianos o islámicos.  La creencia en Dios es el concepto más universal del mundo.  Y este concepto, a lo largo de los siglos, ha transformado el comportamiento del mundo entero.  Pongamos por ejemplo algunas características de las llamadas “religiones universales”.

Dios es un ser superior, omnipresente, que todo lo ve y todo lo oye.   Yo, solamente un mortal, soy inferior a él.  Un ser superior, que me ve todo el tiempo para juzgarme genera en mí cierto grado de paranoia, como quien “actúa” para una cámara de seguridad.  Mis actos más privados “impuros y naturales”, me dan vergüenza.
Al mismo tiempo, envidio su omnipresencia ¿Quien no quisiera saberlo todo?.  Y por sobre todo, envidio su inmortalidad.  

Dios es el creador de todo por cuanto vemos y tocamos.  Okey.  Ya nos sentimos seres inferiores, pero también somos curiosos y competitivos.  Si hay algo que alguien hace, nosotros podemos hacerlo mejor.  La humanidad, utiliza a las mentes mas brillantes del mundo para que le enseñen como ser Dios, como poder verlo todo en todo momento, como tener el conocimiento del mundo y de las estrellas, como manipular las reglas del tiempo y el espacio, saber como está construido el genoma humano, como dar vida usando la clonación, etc.

Dios juzga nuestros actos, y a partir de ellos determina quien es bueno y quien es malo.  Aquí aparece el bien y el mal, un concepto tan grande y antiguo como el concepto de Dios.  Y determinarlo, no le corresponde a los hombres, sinó a un ser infinito, dueño de una justicia divina.
La idea del “bien y del mal” es el primer constructor de nuestra escala de valores, la definición de bueno y malo es lo que nos impulsa a tomar decisiones y de este modo modificar nuestra vida y nuestro mundo.  Que es bueno y que es malo, lo define un ser superior (indiferente de nuestros deseos), y es comunicado a nosotros, a través de sus representantes en la tierra.

Cielo o Infierno.  Osea, premio o castigo.  Como si fuéramos niños, pareciera que no tenemos otro modo de aprender.  Necesitamos ser educados a través del miedo.  Además, la idea de un premio a nuestras acciones, hace que éstas tengan implícitas cierto grado de egoísmo, de interés propio.  Por más altruistas que querramos parecer, siempre pensamos en nosotros mismos.

La encarnación del mal.  Todas las religiones tienen una especie de demonio que corporiza las mayores debilidades e iniquidades de la humanidad.  Sus deseos impuros, sus actos de violencia, la mentira, la falsedad y la traición.  El “diablo” sirve para un único propósito, definir por antagonía a Dios de el bueno.  Adoramos al bueno, somos los fieles.  Pero el “diablo” es mentiroso, y hace creer a muchos que es Dios, y muchos son engañados por las palabras de religiones falsas.  Aquellos son los equivocados, los infieles.
La encarnación del mal, existe para polarizar las sociedades:  somos nosotros (los bendecidos por Dios), contra ellos (quienes adoran al diablo).  Las mayores guerras de las historia se hicieron por esta razón.  Todos creemos que somos buenos, y el que piensa distinto a nosotros debe ser aniquilado.  Es palabra de Dios.

Pecado.  Todos hacemos cosas malas, todos pecamos.  Pecamos desde nuestras acciones, pero también pecamos desde nuestros deseos.  No importa lo que hagamos, ya hemos cometido pecado, incluso por el mismo acto de nacer.  El pecado es lo que ofende a Dios, y nosotros lo ponemos en vergüenza.  Me siento culpable, mal, ¿si no le gusto a Dios que es bueno, como le voy a gustar a los demás?.  Culpa.  Al igual que los chicos cuando sienten el remordimiento de haber hecho algo “malo”, estamos obligados a ser obedientes.  Ser bueno, es ser obediente.  Somos obedientes porque tenemos culpa.  La culpa es nuestro grillete, es el medio por la cual pueden doblegarnos y obligarnos a actuar de acuerdo a los intereses de otros.

Dios es nuestro “padre celestial”.  Porque en realidad, la idea de Dios es la de nuestro propio padre: a él le tememos, a él acudimos cuando estamos mal, a él lo buscamos cuando necesitamos un consejo, a él pedimos las cosas que necesitamos.  Siempre nos protege, nos cuida, quiere nuestro bien, y al igual que un padre, nos ama.

Terminado este ejercicio, podemos ver que las religiones universales están basadas en dogmas rígidos y medievales.  En pocas palabras:  Intoleracia (el otro no tiene derecho a pensar distinto),  violencia (castigos divinos e infernales), división de castas (Dios, los representantes de Dios en la tierra, y sus tristes ciervos), y culpa (todos somos pecadores, sufrimos porque lo merecemos).
Este dogma a lo largo de quince siglos, sirvió para otorgarle poder y derecho divino a algunos pocos; generó guerras que costaron la vida de millones; fomentó la comercialización de las santas reliquias y la venta de indulgencias; unió a los representantes de Dios, con el poder político, y a ambos, con el puño de hierro; trató a la mujer como un esclavo, y al esclavo, lo privó de alma; generó la persecución a los científicos, filósofos y cualquier otra persona que pensara distinto.  Este mismo dogma llegó hasta nuestros días: guerras mundiales, hambre, pestes, dos bombas nucleares, codicia, avaricia, guerras por el petróleo, etc.
El pensamiento es simple:  las religiones fueron escritas por hombres, para justificar su accionar.  Cumplir los madamientos y las escrituras, solo le sirve a los “representantes” de Dios (y sus amigos).  Dios existe, de eso estoy convencido.  Como así también se que lo estamos adorando del modo equivocado.  

Pero la intención de este texto es plantear un juego, supongamos por un momento que pasaría si este concepto de Dios desapareciera.
Imaginemos:

No hay ningún ser superior a nosotros.  Somos los seres más evolucionados del planeta, y por ende, la responsabilidad de nuestro presente y futuro depende solamente de nosotros.

No existe el premio y el castigo.  Dios no pone pruebas para evaluar la “fe” de sus seguidores. Todo lo que sucede es el fruto de nuestros actos, somos los responsables de las cosas buenas que nos suceden y también de las cosas malas.  Somos los constructores de nuestra propia suerte, y al darnos cuenta, comenzamos a vivir con conciencia de nuestros actos y de sus frutos.

No existe el mal.  No hay un “diablo” que nos castigue con el infierno.  Nuestros actos no avergüenzan a nadie, no existe el pecado.  Por ende, tampoco el sentimiento de culpa.  Y sin la culpa, no seremos los seres obedientes y temerosos que somos.  Sin el peso de la culpa, podemos desarrollar más libremente nuestra sexualidad, nuestra capacidad de dar amor y recibirlo.  

Nosotros somos Dios.  Somos la especie más evolucionada, responsables de todo lo bueno y lo malo que conocemos.  Somos los actores y guionistas de nuestra propia vida.  Tenemos el poder de crear y destruir.  El budismo lo entendió de este modo:  Dios (Brahman) es la suma de la voluntad de todos los hombres y criaturas que hay en el mundo.  Cada ser vivo, es una parte de Dios (Atman), por ende tenemos la responsabilidad de cuidar y amar nuestra propia existencia.

No hay padre celestial.  No hay quien nos cuide, no hay a quien acudamos por ayuda y consejo.  Solamente estamos nosotros, como hermanos sin padre.  Si necesitamos un consejo, se lo vamos a pedir a un amigo.  Si alguien necesita ayuda, nos la va a pedir a nosotros.  Si hay una persona triste y sola en este mundo, es nuestra responsabilidad.
Además, si queremos algo, ya no basta con ir a un templo y pedirlo, tendremos que tomar la iniciativa y conseguirlo por nosotros mismos.  Esto fomenta la construcción de una mejor autoestima, comenzamos a confiar en nuestras propias capacidades.

Para hablar con Dios, debemos hablar con nosotros mismos.  En nuestro interior, en nuestro espíritu, yace la respuesta a todas nuestras preguntas.  Solo debemos tener la serenidad y la paciencia para buscarlas.  Las respuestas fáciles no existen.  Si queremos paz y armonía, no necesitamos ir a ninguna iglesia, templo o mezquita.  Basta con que estemos en armonía con nosotros mismos, en silencio o en la meditación.

No hay representantes de Dios.  No hay castas eclesiásticas. Nadie nos obliga a memorizar una moral y a actuar en consecuencia.  La única moral que existe es la de nuestros propios actos: las acciones que tienen resultados “positivos”, van a ser “buenas” acciones.  Y biceversa.

No hay cielo.  No hay infierno.  No importa cuanto sufrimiento y hambre hayamos pasado.  No importa si hemos sido perversos o buenos samaritanos.  Todos nos vamos a morir, y no hay premio después de la muerte.  Y como no lo hay, tienes que conseguirlo en vida.  Tienes que ocuparte por “ser feliz”, nadie lo va a hacer por tí.  Tienes que dejar de lado las cosas que te hacen mal, y llenarte de acciones y personas que te hacen bien.  El único cielo posible, es el que construimos con nuestras acciones en vida: amor, amistad, fe, confianza, sabiduría y felicidad.

Si crees en Dios, adórado del modo que creas más conveniente.  Quita la culpa y el miedo de tu corazón, eso confunde tu pensamiento.  Acepta a todos por iguales, porque eso es aceptarse uno mismo.  No pidas a Dios lo que deseas, sólo levánte y empieza a buscarlo.  Dios sólo quiere que seas feliz.

J.-

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo JaviSan! te compro un libro de lo que sea. jaja :)
Naren

JaviSan dijo...

Jajaja!! GraX Naru!! Esto es parte de lo que hablamos el viernes, después va el resto. Abrazo grande! Gracias por pasarte. ;)